¿Cómo es la respiración adecuada?

8.5.2014
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La mejor respiración es la que se adapta. Para que se adapte es necesario liberarla.

La primera relación que desarrollamos y la última acción que ejecutamos como seres humanos están conectadas al intercambio de aire. No podemos interrumpirla. Es fundamental. Es una expresión de cómo estamos ligados a nuestro ser físico, social o medioambiental. Es un reflejo del estado de nuestro ser y nos permite saber lo que es verdadero en nuestro interior.

Dependiendo de la actividad que realicemos, de la posición que tengamos al realizarla: recostados, sentados, de pie, andando, corriendo, bailando...
De nuestro estado psicológico: tranquilidad, enfado, estrés, miedo felicidad...
Del lugar donde nos encontramos, del clima, de que sea de madrugada, al mediodía o por la noche…

La respiración oscila de un ritmo lento a uno acelerado, o bien de ser profunda a superficial, o enfatizar una o más de las fases respiratorias. Cualquier estímulo repentino o crónico que moviliza alguno de los sentidos puede tener un efecto inmediato sobre su fuerza y velocidad o puede incluso detenerla por completo.

Pero ¿cuál es la mejor manera de respirar? ¿La abdominal, como se predica en tantos libros y seminarios? ¿O es la torácica, la que utilizamos cuando queremos correr o bailar?

La respuesta es: la mejor es la más adaptable a las acciones a realizar y al entorno en que se desarrollan.

No existe una buena o mala manera de respirar. La respiración ideal no es una, sino muchas y diversas, tantas como actividades realicemos y entornos habitemos.

La que posee capacidad para cambiar rápidamente y pasar de un estado a otro, como la vida misma. La que posibilita vivir estos estados plenamente y cambia cuando se hace obsoleta. La respiración ideal es la más dúctil, pero también la más oportuna. La que permite que los elementos que participan en ella estén alerta y preparados para cualquier eventualidad o vivencia sea física, emocional, mental o espiritual. 

Vivir plenamente requiere entender la respiración. Lo más evidente que sabemos de ella es que es voluntaria e involuntaria. Que podemos influenciarla conscientemente, pero ser siempre conscientes de la respiración no nos dejaría vivir en paz. Por el contrario, si siempre fuera inconsciente, caeríamos en los hábitos obsoletos, no se adaptaría a distintos medios y no respondería ni a nuestras necesidades, ni a nuestro entorno.

Para conseguir la ductilidad y oportunidad respiratorias, lo importante es saber cómo nos adaptamos a una situación particular y de qué manera se expresa esto en la respiración. 

Adecuando la respiración. Cuando contemplamos un paisaje tomamos una respiración profunda y terminamos con un suspiro. Cuando nos sorprendemos la cortamos quedando en suspenso por un instante. Cuando reímos la sincopamos sonoramente poniendo una vocal al final. Cuando hablamos le damos un ritmo u otro según lo que queremos decir, el tema del que hablamos o la persona con quien conversamos. Cuando subimos escaleras precisamos resuello. Cuando corremos un maratón arribamos hasta el jadeo. Y esos cambios en la respiración se producen, a veces muy deprisa casi en un instante. Veamos unos ejercicios para facilitar los cambios que pide la respiración y permiten vivir la vida más plenamente:

1. Estimulándola. Tumbados en el suelo, inspiramos y al espirar, exhalamos más aire de lo normal, esperamos, y volvemos a inspirar sin forzar demasiado el tiempo de espera. Repetiremos todo el proceso tres veces. Después volveremos a la respiración involuntaria del cuerpo observando cómo ha cambiado. Podemos repetir el ejercicio reteniendo el aire después de la inspiración, siempre de manera que no llevemos la retención hasta que no podamos más. Recuerda que realizamos un estímulo, no una competición.

2. Conduciéndola. Intentando, al inspirar, llenar el abdomen por delante por detrás y a los lados: hacia el cóccix, el sacro, las nalgas, las crestas ilíacas y el bajo abdomen. Lo realizaremos tres veces y volveremos a la respiración involuntaria, para percibir los cambios. Repetiremos el ejercicio, esta vez respirando en el pecho, las costillas, omoplatos, hombros y axilas. Tres veces y observa el cambio.

Cualquiera de estos ejercicios lo realizaremos boca arriba y boca abajo. Advirtiendo las diferencias por pequeñas que estas sean. Intentaremos observar sin juzgar, aceptando aquello que aparece por difícil que esto sea. Aquello que se manifiesta a través de la respiración sea mental o sensorialmente forma parte de nosotros mismos, su aceptación es necesaria para poder superarlo y movernos libremente al ritmo que marca la vida. Lo más probable es que nuestra respiración nos regale un espacio interior dilatado, silencioso y generoso en donde la respiración se alarga y la serenidad de ánimo se extiende.