Convertirse en madre

14.6.2013
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Ensayo de Nuria Otero, madre y doula, acerca de la revolución personal que significa convertirse en madre, con todas sus implicaciones fisiológicas, psíquicas y sociales. Un llamamiento a la subversión de las madres.

Hay algo de salto al vacío en el hecho de convertirse en madre. Porque realmente no sabemos qué pasará al día siguiente del parto. Quién será nuestro hijo o nuestra hija… pero fundamentalmente, desconocemos en quién nos convertiremos nosotras.

Si hay un aspecto en el que coinciden muchísimas mujeres a la hora de recordar el posparto es ese sentimiento de no reconocerse a ellas mismas, de no encontrar en el espejo a aquélla que fueron. Y no se trata tan sólo de un desencuentro físico, de que estemos más o menos gordas de lo que esperábamos, de que los pechos nos duelan, de que los entuertos y loquios no acaben cuando creíamos, de que el pelo se nos caiga a mechones, de que el cansancio nos desmorone hasta límites insospechados días antes y de que los brazos no se acostumbren a mantener constantemente el peso de nuestro bebé.

No… es mucho más que eso. Es el encontrarse con una mujer a la que desconocemos totalmente. Que piensa cuestiones y en cuestiones en las que nunca había pensado antes, que se contradice a sí misma cada cuarto de hora, que aunque quiere dormir no deja de velar el sueño de ese pequeño ser que acaba de romper en dos sus creencias, que tiene miedo y vértigo y alegría e inseguridad y se siente fuerte y poderosa a la vez que débil y diminuta… una auténtica montaña rusa en la cual las hormonas tienen mucho que ver, pero también una incalculada brecha que se ha abierto en nuestra vida gracias a la aparición de ese pequeño que nos ha arrebatado la cordura.

Entrevemos la mujer sin límites que podríamos llegar a ser

Una brecha a través de la cual entrevemos las posibilidades reales del amor, del deseo, de la entrega… la mujer sin límites que podríamos llegar a ser, la verdadera YO que se esconde tras cientos de convenciones sociales, tras velos y velos de “cordura”, tras la obediencia aprendida y el “saber estar” pretendido.

Y lo que se ve nos encanta, pero a la vez nos asusta… como las atracciones de feria, a las que la mayoría de las veces, pasada una cierta edad, dejamos de subir, porque el miedo puede más que el maravilloso agujero en el estómago a la hora de dar una vuelta cabeza abajo en una máquina infernal. Así, miramos hacia otro lado mientras esperamos que la brecha se cierre, mientras esperamos que alguien nos ayude a cerrarla o simplemente la cierre a base de dosis de realidad.

Ahora bien… ¿qué es lo que sucede realmente? ¿qué nos pasa a las mujeres durante el posparto?

Por un lado, hay un poco de química y cambios hormonales que nos vinculan (o desvinculan) de una manera diferente a las demás personas, a nuestro nuevo hijo, a nosotras mismas y al mundo en general. Pero estos “estados alterados de la biología” adquieren unas connotaciones muy diferentes en función del tamiz cultural al que nos vemos sometidas.

Por otro lado, en el posparto, precisamente gracias a ese puñado de hormonas en el que nos convertimos, se producen aperturas de conciencia, reconocimientos de verdades que quizás ni íntimamente habíamos percibido, surge nuestra vida toda ante nuestros ojos, y también las posibilidades que tenemos. Es la brecha de la que hablaba y de la que nadie habla… ni antes, ni durante, ni después del embarazo, centrados como estamos en ver sólo lo visible, lo tangible, lo conocido… volcados como vivimos en los resultados (el embarazo perfecto, el niño guapo y entero), y en la vuelta a la supuesta normalidad que nos envuelve (nuestra figura de siempre, nuestra rutina diaria, nuestro éxito laboral, nuestra vida triunfante).

Y por último, pese a todas esas posibilidades tanto físicas como psicológicas y emocionales que se abren ante nosotras, existe un mundo que nos condiciona, que nos ata, nos juzga y nos sojuzga de una manera tan omnipresente y omnipotente que somos casi incapaces de verlo, tan libres y perspicaces como nos creemos.

Sin embargo, pese a ello, pese a las dificultades, más allá de los condicionantes, de los juicios y prejuicios, a pesar de nosotras mismas y nuestra historia, existen posibilidades de maniobra, pequeños gestos que día a día pueden hacernos más libres, mejores personas y, fundamentalmente, madres más conscientes.

Desarrollemos un poco cada idea. [pagebreak]

1 . La impronta, las hormonas, el vínculo.

Durante el parto, durante el nacimiento de un bebé y en las primeras horas posteriores, se producen ciertos fenómenos hormonales de una intensidad incomparable a la de cualquier otro momento de la vida humana. Cuanto menos intervenido sea el parto, cuanta menos medicalización del proceso, más cantidad de hormonas (fundamentalmente oxitocina) tendremos tanto en la madre como en el bebé. Y esas hormonas son necesarias para que tanto el parto como el nacimiento culminen con éxito. Se hacen necesarias para el alumbramiento espontáneo de la placenta, para la contracción natural del útero, para la subida del calostro y, más adelante, de la leche materna, para que el bebé encuentre por sí sólo el pecho y la manera correcta de succionar… pero fundamentalmente, se hacen necesarias para producir un fenómeno mucho más importante para la vida de madre e hijo: la impronta.

La impronta es un proceso que sabemos reconocer muy bien en otros mamíferos; es la responsable de que mamá y bebé se reconozcan aún en medio de enormes manadas de individuos, y al contrario… cuando a un mamífero se le saca su cría y no se le da hasta horas después puede llegar a rechazarla, a no reconocerla como suya. Es una especie de sello no visible pero infalible. En los humanos, es la responsable de que el bebé llore cuando se aleja de su madre, de que a la madre algo se le remueva cuando no escucha a su bebé, o cuando lo escucha llorar, o de que las madres lactantes segreguen leche cuando el bebé llora… Según el Dr. Michel Odent, la primera hora de vida es el momento crítico en el que se produce esa “impronta hormonal”, que va a favorecer un proceso aún más importante: el vínculo afectivo entre madre e hijo.

Incluso en los casos en que el parto haya sido intervenido y la segregación hormonal no haya sido tan potente, se dan cambios que afectan directamente a la relación que mantendremos de ahora en adelante con el bebé. De hecho, la lactancia también profundiza y favorece ese vínculo.

“Así la madre que da de mamar está en un equilibrio hormonal particular. Está bajo los efectos de una hormona indispensable para que se produzca la secreción de leche por el seno. Se trata de la prolactina. Pero esta hormona tiene otros muchos efectos además de ser responsable de la puesta en marcha de la glándula mamaria. Es la hormona que empuja al animal a construir su nido. Es también la que desencadena los comportamientos agresivos característicos de las hembras que amamantan. Algunos de sus efectos en los comportamientos humanos han sido establecidos por el estudio de los síntomas de los tumores secretores de prolactina en la mujer y en el hombre. En primer lugar la prolactina reduce la libido, el interés sexual. Posteriormente tiende a engendrar estados de subordinación, de sumisión y también un cierto grado de ansiedad. Estos efectos de la prolactina en la conducta de la hembra son fácilmente interpretados como ventajas para la supervivencia de la especie. Cuando una mujer comienza la lactancia todos los efectos de la “hormona del amor” tienden a dirigirse al bebé. El bebé se convierte en objeto de amor. La subordinación permite una disponibilidad máxima frente a las exigencias del bebé. En lo referente a la ansiedad se traduce por una capacidad de vigilancia acrecentada durante el período de lactancia y una tendencia a no experimentar las fases de sueño profundo.” Michel Odent, El bebé es un mamífero.

Ante este estado bioquímico, es lógico entender muchos de los desconciertos que atacan a una madre recién parida o a cualquiera que conviva con ella e intente seguir un orden o rutina preestablecidos con antelación a la llegada del bebé. Cualquier parecido con la persona que la madre fue antes de dar a luz será mera coincidencia, y ella estará tan sorprendida por sus hallazgos, por sus nuevas decisiones, por sus nuevos sentimientos, por sus reacciones imprevisibles, como cualquiera que la observe desde la barrera sin intentar comprender.

Nuestra cultura no está preparada para aceptar a las madres

El problema que nos encontramos ante todo esto es que nuestra cultura no está preparada para aceptar a las madres (ni para dejar que ellas se acepten a sí mismas) con este estado hormonal. Porque aceptarlo sería aceptar que las mujeres, durante este período y en ese estado, vivirían por y para la criatura. No se encargarían de otra cosa porque su propio cuerpo boicotearía cualquier otra iniciativa. Amamantarían día y noche sin mirar el reloj ni el calendario, cargarían al bebé sin complejos porque así lo pediría él y porque así responderían ellas. No volverían a trabajar a los cuatro meses aún por cumplir del bebé, ni a los cinco, ni a los seis… ni sabe dios cuándo; por lo tanto, no producirían en su trabajo ni demandarían creación de empleo en el sector de la educación infantil.

La conciliación familiar perdería sentido… Por eso nos empeñamos en que todo vuelva a la normalidad… entendiendo por normalidad lo que había antes del parto… y si puede ser antes del embarazo, mejor. Nos empeñamos en que la madre separe de sí al bebé, amamante a períodos organizados, vuelva a la rutina, se comporte como se comportaba antes… para que todo siga girando, para que nada se tambalee, para que no tengamos que plantearnos el sentido de todo lo que hacemos… que la biología funcione de una determinada manera no tiene, para nosotros los occidentales, ninguna razón de ser.

Y así, doblegamos a las madres, nos doblegamos, y nos convertimos en mujeres que desean algo que no pueden tener, porque ni nosotras mismas nos lo permitimos. Sacudimos la cabeza, miramos hacia otro lado y seguimos con nuestra vida intentando no ser demasiado conscientes de lo que sentimos, de lo que la biología y la química nos demandan… y así, vamos perdiendo la posibilidad de reforzar el vínculo con nuestros hijos, vamos perdiendo credibilidad ante nuestros propios ojos… volvemos al redil. [pagebreak]

2 . La herida abierta.

Todas las mamás, con un mínimo de sostén emocional, son capaces de amamantar, de acunar, de higienizar a un bebé, de proporcionar los cuidados físicos necesarios para su supervivencia. (…) La dificultad se presenta cuando se impone reconocer en el cuerpo físico del bebé, la aparición del alma de la mamá, en toda su dimensión. Reconocernos frágiles, como “mamásbebés”. Cuidarnos como tales. Respetarnos con estas nuevas cualidades. Tenernos paciencia en este tiempo tan especial y no exigirnos un rendimiento igual al acostumbrado. Abrirnos a la sensibilidad que se nos agudiza y a la percepción de las sensaciones que son vividas con un corazón inmenso y un cuerpo que sentimos pequeño porque somos bebé y persona adulta simultáneamente.

Es como tener el corazón abierto, con sus miserias, sus alegrías, sus inseguridades, con todas las situaciones pendientes para resolver, con lo que nos falta comprender. Es una carta de presentación frágil: esto es lo que soy el fondo de mi alma, soy este bebé que llora.

Podríamos considerarla una ventaja exclusiva de las mujeres: la posibilidad de desdoblar nuestro cuerpo físico y espiritual, permitiendo que aparezcan total claridad las dificultades o los dolores personales.

El bebé siente como propios todos los sentimientos de la mamá, sobre todo aquellos de los que no tenemos conciencia. La mayoría de las mujeres no aprovecha esta ventaja de tener el alma expuesta; es riesgoso encontrarse con la propia verdad. Sin embargo, es un camino que indefectiblemente vamos a recorrer, aunque la decisión de hacerlo con mayor o menor conciencia es personal.” Laura Gutman, La maternidad y el encuentro con la propia sombra.

Cuando un bebé nace, nacemos nosotras con él. Renacemos

Cuando un bebé nace, nacemos nosotras con él. Renacemos. Nos volvemos a ver, en muchas ocasiones, pequeñitas y desamparadas. Primero porque, actualmente, las mujeres hemos perdido las referencias y la experiencia previa sobre bebés, no sabemos nada de ellos, de cómo son, de cómo se cuidan, se lavan o se acunan, pero tampoco de cómo sienten, de cómo lloran, de cómo acarician, de cómo llenan el espacio y, a la vez, lo vacían de lo superfluo. Por lo tanto, nos sentimos aprendices en nuestra propia vida, pero sin tiempo ni posibilidad para el ensayo, para equivocarnos. Al haber perdido el contacto con otras mujeres paridas y con sus bebés, hemos perdido los conocimientos sociales y culturales que, con respecto a la maternidad, manejaban con soltura nuestras abuelas y bisabuelas.

Pero, además, porque ser madre, convertirse en madre, encontrarse puérpera, nos supone reencontrarnos con el bebé que fuimos, con lo mucho o poco que nos desearon, nos acunaron, nos besaron, nos cantaron, nos acariciaron. Supone traer a colación nuestros peores y mejores recuerdos de infancia, enfrentarnos con lo mucho que nos parecemos a lo bueno y lo malo de nuestras madres, supone ver en quiénes nos hemos convertido en ese espejo en el que aparece una mujer que se parece a nosotras pero que ya no es.

Muchas mujeres relatan que cuando tienen un bebé aparecen, nadie sabe de dónde, canciones infantiles y nanas que no habían oído desde que hace veinte, treinta o cuarenta años empezaron a dormir solas… otras relatan largos y detallados cuentos que meses antes no podían recordar ni siquiera con esfuerzo. Junto con esos cuentos y canciones regresan a menudo la voz que los contaba o cantaba y las circunstancias que los rodeaban.

También, en ocasiones, regresa el vacío de no haber sido cantada ni contada. Emocionalmente, en este momento, las mujeres abrimos una especie de bucle temporal que, además de lo bueno, nos trae también lo malo, lo regular y lo terrible. Nos devuelve nuestra propia infancia. Puede que no seamos conscientes de ello, pero ocurre. Y todo lo que nos llega nos tocará como por arte de magia y nos hará estar en una disposición completamente nueva para asumir la maternidad, pero también para asumir nuestra propia vida, para asumirnos como somos, como fuimos, para querernos a pesar de que nos hayan querido o no y, así, empezar con nuestro bebé una relación nueva, que no lleve a rastras las carencias o excesos de nuestras propias relaciones como hijas…

A las mujeres se nos urge para que volvamos a ser como antes

Pero otra vez, a las mujeres se nos urge para que volvamos a ser como antes, para que no nos detengamos en búsquedas ni en profundidad, para que dejemos estar lo dormido durmiendo y nos dediquemos a dormir lo que despierta. El mundo no nos concede el tiempo que necesitamos para asumir estos procesos, ni siquiera nos concede la posibilidad de hacerlo en nuestros ratos libres… nos ocupa con visitas, paseos, gimnasios… nada que nos deje solas y capaces de abrir la brecha, de bucear en ella, de ahondar en el dolor que produce para sanarlo. Otra vez, nos distraen de lo importante y nos dejamos liar.[pagebreak]

3 . La libertad con cuerdas.

Hace bastantes años que las mujeres occidentales hemos dejado atrás la esclavitud de la vida de amas de casa, cuidadoras de marido e hijos, limpiadoras a tiempo completo, celadoras del orden y la pulcritud de nuestro hogar y prole. Ahora estudiamos una o dos carreras, varios posgrados, másters y especializaciones y, con suerte, accedemos a un puesto laboral semi-acorde a nuestras expectativas, que nos lleva casi todo el tiempo de que disponemos y nos da una cierta libertad económica (esta libertad va a depender del puesto real que desempeñemos laboralmente y también del nivel de vida y estatus en el que pretendamos movernos).

çLo que ocurre habitualmente es que vamos relegando otros aspectos más íntimos de nuestra vida en aras del desarrollo de esa parte académico-laboral. Y cuando nos damos cuenta, suele ocurrir que estamos inmersas en un ritmo de vida del que no podemos zafarnos. En el momento en que alcanzamos el puesto o estatus por el que luchamos es cuando, en principio, podemos bajar el ritmo para dedicarnos a otros menesteres entre los cuales entran los planes para convertirnos en madres. Pero entonces es cuando nos damos cuenta de que todo el mundo que hemos construido se sostiene sólo si seguimos con el mismo ritmo, con las mismas exigencias, con la misma dedicación a nuestra vida profesional.

El problema, claro está, no radica en ese ritmo, ni en el hecho de vivir una vida profesional más o menos masculinizada, ni siquiera en el hecho de que dudemos si bajar el ritmo es bueno o malo, de que temamos las consecuencias, de que “el tren se nos vaya”. El problema es que consideremos, como sociedad, que sólo saliendo de casa y triunfando profesionalmente, nos estamos realizando. Cualquier mujer que se atreve simplemente a cuestionar esta verdad y piense, aunque sea por instante, en tener hijos y hacer un paréntesis o un cambio de ritmo laboral es acallada por múltiples críticas, advertencias y admoniciones de todo tipo: te quedarás sin tu puesto, te echarán del trabajo, ya no podrás optar al ascenso, no contarán contigo… en ocasiones, estas advertencias no pasan de ahí, pero en otras se convierten en realidad.

Hace falta una conciencia social sobre lo que realmente nos aporta criar a nuestros hijos

Evidentemente, esto es algo que no se puede permitir, es un aspecto de la realidad laboral de este país y de otros muchos que hay que solventar. Pero opino tajantemente que la solución a este problema no pasa por que releguemos la maternidad, el cuidado y la crianza de nuestros hijos al último lugar en nuestra lista de prioridades. La solución no está en no tener hijos hasta que logremos el puesto más alto en la empresa y luego volver a trabajar en menos de 4 meses para que nadie note nuestra falta… la solución es otra, y parte, en primer lugar, de una conciencia social sobre lo que realmente nos aporta criar a nuestros hijos, no como personas, que también, sino como sociedad, como civilización… verdaderas políticas de conciliación basadas en el respeto por la familia y no en el respeto por el empresario.

"Las apariencias a menudo engañan, sobre todo si esa apariencia está preparada y es una estrategia del Poder. Con la revolución científico-técnica y, como dice Agustín García Calvo, los medios de formación de masas, se ha conseguido una casi total deshumanización y robotización de la función materna, que supuestamente 'libera' a la mujer de la degradada y socialmente degradante tarea de la maternidad. Las mujeres hemos caído en la trampa. Al haber logrado convertir la maternidad en una opción o, gracias a las leches artificiales y al plástico, en una gestación compatible con una carrera profesional definida según el arquetipo masculino, nos hemos creído que, por fin, habíamos accedido a la igualdad con los hombres.

Pero el haber logrado que la maternidad sea una opción no zanja la cuestión, y la robotización de la función materna refuerza aún más el discurso y las raíces de la sociedad patriarcal. Porque, si sólo renunciando a la maternidad o deshumanizando su función podemos dejar de ser inferiores, estamos asumiendo que la maternidad es algo efectivamente degradante y que nos inferioriza, que nos rebaja, que nos hace ser como vacas o animales reproductores.” Casilda Rodrigáñez Bustos. Mujer, maternidad y socialización.

Lo que ocurre, como ya he dicho, es que, verdaderamente, la maternidad no es una opción tan válida como otras. Es la opción con la que se quedan quienes no tienen opciones. La hermana pobre de las opciones que a las mujeres nos da la vida. Incluso la mayor parte de las mujeres que en un primer momento optan por dejar su trabajo para dedicarse al cuidado de los hijos, lo hacen pensando que es una decisión temporal, y que cuanto menos tiempo pase, mejor, así costará menos volver al “mercado laboral”.

Ocurre otra vez, por mucho que nuestro bebé nos haya emocionado y enamorado, por mucho que hayamos descubierto nuestras fortalezas y debilidades, por mucho que deseemos quedarnos a cuidar y criar a nuestros hijos, la sociedad patriarcal, monetarizada y jerarquizada en la que vivimos, decide por nosotras y nuestras familias dónde está nuestro lugar en el mundo, y por supuesto, y mucho más grave, dónde está el lugar de nuestros hijos… en la guardería, lejos de casa, lejos de la madre, de manera que los deseos e instintos de ambos se vayan apagando a base de distancia física y temporal, a base de la aparición de tareas y personas que interfieren en el apego y la necesidad vital de madre e hijo de permanecer juntos. Nada se descoloca, la rueda sigue girando, el mundo sigue produciendo y nosotras con él, y nuestros hijos, desde sus primeros meses de vida, crean puestos de trabajo. [pagebreak]

4. La alternativa.

La maternidad queda habitualmente reducida al ámbito hogareño y familiar, sin suscitar interés si no es en sus vertientes más físicas como el parto, la lactancia o las depresiones puerperales. Sin embargo, en los últimos tiempos, diversos medios de comunicación y algunos expertos en sociología o antropología le dedican tiempo no sólo al estudio de la maternidad en su conjunto, desde puntos de vista sociales, culturales o históricos, sino que también destapan y dan relieve a una serie de mujeres que confían en sus cuerpos para parir y criar a sus hijos, que deciden que la maternidad no es un obstáculo para el trabajo sino al revés, es el trabajo y el mercado laboral actual el que presupone un impedimento para el desarrollo de la maternidad, y asumen, por lo tanto, esta importante función vital como una prioridad ante otras que vengan dadas desde fuera. Madres conscientes, retrofeministas, madres insumisas… son muchos los nombres que estas madres de las que hablo reciben.

Es necesaria una actuación subversiva consciente de las madres

He descrito hasta ahora la realidad más cruda. La de cientos y cientos de mujeres y madres que se encuentran con un bebé en brazos y con él, ante la disyuntiva de cómo seguir adelante con todas las verdades que se les han presentado ante los ojos… cómo dar el siguiente paso sin las vendas que nos cegaban… cómo continuar la vida sabiendo todo lo que nos está siendo arrebatado, de bueno y de malo, por seguir la senda trazada de la obediencia y el silencio. Casilda Rodrigáñez nos habla del “estado de sumisión inconsciente” en el que vivimos las mujeres, las madres y la sociedad en general. Creo que para poder salir de ahí no queda más, pues, que una actuación subversiva consciente.

Subversiva (“madres insumisas”, las llama Isabel Aler) porque plantea el quiebre de muchas de las estructuras rígidas que nos sostienen, nos contienen y nos mantienen en este estado. Porque supone, en ocasiones, atentar contra el significado social y cultural de la palabra “éxito” y de su resultado, el “bienestar”. Porque ataca a la sociedad de consumo, al mercadeo (que no mercado) laboral, a la perpetuación de roles y a los modelos establecidos de crianza, de jerarquías, de familia, de sociedad… en una palabra.

Y consciente. Consciencia… madres conscientes. Conscientes de sus necesidades, carencias y deseos, conscientes de las necesidades, carencias y deseos de su bebé, conscientes de cómo actúa el mundo que nos rodea, consciente, sobre todo, de lo inconsciente… una tarea dura, difícil, ingrata… mucho más que el dejarse llevar.

La solución, pues, está en atender a nuestros deseos y nuestros instintos

La solución, pues, está en atender a nuestros deseos y nuestros instintos más que a nuestros deberes y aprendizajes sociales. Cuando un bebé nace, cuando nacemos con él, nos transformamos en otra, otra que se parece algo a quien fuimos, o mucho, pero que tiene otras prioridades, otros saberes… como mujeres en plena tormenta hormonal, como mujeres privilegiadas por los recuerdos de la infancia, aprovechemos todo el conocimiento que guardamos dentro de nosotras, el que duerme bajo todas las convenciones y normas sociales.

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