¿Cuánto vale un bosque?

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Los beneficios de la naturaleza son invisibles e incalculables, no se miden en euros.

Parafraseando el título de la película ¿Para qué sirve un oso?, podemos elucubrar sobre las funciones de un árbol o un bosque y entenderemos que es imposible evaluar en su totalidad los beneficios que genera un ecosistema, a nivel más o menos local o global. Solo el necio confunde valor y precio, decía Machado, y pese a la moderna tendencia de evaluar en euros la biodiversidad y la naturaleza, creemos que es imposible valorar lo que solo conocemos parcialmente y siempre hay beneficios y significados que resultan invisibles e incalculables.

Solo el necio confunde valor y precio, decía Machado

Aquí mismo, en la montaña de al lado, el bosque garantiza el suministro constante de agua sin necesidad de embalses a las localidades cercanas y, además, produce un excedente para sostener una planta embotelladora. Pero no es solo el bosque y su atmósfera y el suelo que crea lo que atrae y regula los ciclos del agua. Es el propio musgo que el bosque favorece el que retiene ingentes cantidades de agua, creando unas condiciones de elevada humedad atmosférica favorables a su vez al bosque y de gran importancia para los manantiales.

El sistema atrae las nubes, las ordeña y retiene el agua para liberarla lentamente, a la atmósfera y al suelo. Incluso se ha descubierto que determinadas especies de árboles, pueden provocar la lluvia, cuando la necesitan, emitiendo partículas gaseosas capaces de condensar a su alrededor minúsculas gotitas de humedad atmosférica que terminan precipitando.

Mucho más conocidos son los efectos de las masas arboladas sobre la renovación del aire que respiramos y la retención del CO2, que por sí misma se ha convertido en un valor crematístico por la necesidad de contener las emisiones de este gas en nuestra atmósfera y frenar el cambio climático. Pero también podríamos hablar de otros efectos sobre la salud bien conocidos como la capacidad de crear barreras contra el ruido, de retener plagas y hacer las veces de filtro muy efectivo contra la contaminación, de equilibrar la electricidad atmosférica, de alojar una gran diversidad de formas de vida, de regular el viento y otros fenómenos atmosféricos…

La salud verde

Podemos deducir que la salud de los bosques y los paisajes está estrechamente relacionada con la salud de sus moradores. El investigador francés Marc Bonfils ha estudiado en profundidad los desastrosos efectos del desmantelamiento de la red de setos en Bretaña y otras regiones: la salud del paisaje, el ganado y los cultivos se ven afectadas (descenso de pluviometría, erosión, adversidades climatológicas, aumento de las plagas y enfermedades…).

Pero la deforestación tiene también efectos directos a nivel físico y espiritual sobre el ser humano: “La salud humana y también el clima social de los pueblos han sido perturbados con la destrucción de la red arbolada por la concentración parcelaria. Las relaciones entre los agricultores se han degradado y han degenerado a veces en violentos conflictos. La tasa de suicidios aumenta. En cuanto a los paisajes, antaño variados y acogedores, se han convertido en austeros e inhóspitos.” (M. Bonfils, Les haies) No parece sencillo establecer una relación matemática entre aquellas causas y estos efectos, sin embargo, cada vez resulta más evidente que los efectos de los árboles sobre la salud psíquica de los hombres son profundos.

Crecer con los árboles

A un nivel global, diríamos que es la salud planetaria la que influye sobre nuestra propia salud, bienestar, economía… De ahí la importancia del árbol por sus funciones como guardián de distintos equilibrios. Pero existe una relación mucho más directa entre la presencia de árboles y la salud humana. Es cierto, los esquimales pueden vivir toda su vida sin ver un solo árbol. Pero cada vez se demuestra científicamente de forma más clara el efecto benéfico de crecer con árboles. Un hecho bien conocido ya por Hipócrates, que enseñaba y curaba bajo un enorme plátano.

Los efectos de los árboles sobre la salud psíquica de los hombres son profundos

Nuestro amigo Germán, vecino del pueblo minero de Tablao (Asturias) nos contaba el uso que tuvo durante décadas la Faya de la Berruguina, un haya espléndida que derribó un huracán por los años 70. Era un verdadero sanatorio para los pueblos de alrededor al que acudían los enfermos de silicosis y asma para aliviar sus crisis. Se refugiaban bajo las frondosas ramas y les servía de botella de oxígeno o pulmón artificial por la continua brisa y renovación del aire a su alrededor.

Recientes investigaciones avalan estas funciones del árbol en la salud física y psíquica de los hombres. Los paisajes urbanos sin árboles propician una mayor angustia, tristeza, irritación o estrés. Incluso con criterios empresariales se utilizan las plantas y los árboles porque favorecen el bienestar y la concentración y se aconseja su presencia en los puestos de trabajo para aumentar la productividad y el bienestar (Kaplan, 1993).

Vitamina G

Roger Ulrich, de la Universidad de Delaware, demostró que los pacientes hospitalizados que tenían una vista de árboles desde su ventana se recuperaban de forma más rápida y sufrían menos depresión que los que veían solo edificios. Estos últimos necesitaban más tiempo, medicación y cuidados para recuperarse (Ulrich, 1984). También se ha demostrado mediante estudios científicos los efectos de los árboles sobre los niños que en un entorno abolado desarrollan más rápidamente capacidades cognitivas (Taylor et al., 1998) y mejoran su aprovechamiento escolar (Wells, 2000). Y, en general, su efecto benéfico en las ciudades se traduce incluso por una reducción de la criminalidad (Kuo & Sullivan, 2001).

Las personas enfermas y los ancianos que pasan tiempo en los parques naturales duermen mejor, precisan menos medicación y están más tranquilos

Por su parte, en Suecia, Grahn ha realizado investigaciones sobre la importancia de los parques en la ciudad, demostrando la función sobre la salud de enfermos y ancianos que pasan tiempo en estos espacios y se sienten más felices, duermen mejor, precisan menos medicación y están más tranquilos. Se continúa estudiando a niveles muy diferentes, y de forma coloquial se ha denominado “vitamina G” (que nada tiene que ver con la B2 que también recibe este nombre) al conjunto de efectos benéficos de los espacios verdes que tanto influyen en nuestro bienestar.

Las investigaciones de la doctora Fraces Kuo del Laboratorio de Paisaje y Salud de la Universidad de Illinois demuestran también el efecto de estos espacios sobre la sociedad, que no están tan relacionados con el hecho de salir al aire libre para hacer ejercicio como con la simple contemplación de estas áreas verdes que ayudan a restaurar la mente cargada. Menor delincuencia y conflictividad y mayor sentido comunitario son algunos de los beneficios y sus investigaciones han servido ya para que la ciudad de Chicago apueste por una inversión muy significativa en estos espacios.

La dulce paz de los bosques

Pero es curioso que hayamos tenido que destruir los bosques y crear nuevos espacios verdes para descubrir cuánto necesitamos al árbol. Que necesitemos recurrir a la ciencia para demostrar lo que es evidente. Y en este sentido merece la pena también que valoremos la experiencia emocional y espiritual que nos lleva a admirar los árboles del parque o del bosque de un modo tan natural como lo hacen los niños.

La inspiración científica y poética ha anidado siempre al pie de los árboles para los poetas y filósofos de todos los tiempos. Los beneficios espirituales que percibimos, casi siempre de forma inconsciente, nos hacen regresar una y otra vez a la dulce paz de los bosques. Y el bosque nos proporciona también arraigo y querencia, identificación. Y siempre que nos adentramos en la fronda para buscar la inspiración o resolver una difícil cuestión, terminamos entendiendo que en los bosques no se encuentran respuestas, tan solo algunas certezas y muchas más preguntas.

Por todo esto y seguramente mucho más, merece la pena implicarse y tomar la iniciativa para recuperar los árboles en la ciudad y en los campos. Trabajar en este sentido retomando la iniciativa y participación ciudadana en un tema que nos corresponde por derecho y por responsabilidad.

Decía Forges en una de sus inolvidables viñetas: “Haz mundo, planta árboles”. Nos gustaría también añadir: ¡Haz futuro, planta árboles! Porque el futuro crece sobre las raíces del presente y es más necesario que nunca tejer y retejer las delicadas tramas de la vida y en algunos casos, desgraciadamente, recomenzarlas desde el principio. Un futuro con árboles es el patrimonio debido a las generaciones que vendrán.