¡Deme placebo, por favor!

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En determinadas circunstancias una sustancia inocua adquiere poder curativo.

La comprensión del “efecto placebo” puede cambiar la manera de cuidar la salud.

Descubrir cómo funciona el llamado “efecto placebo” y cómo se puede reforzar puede hacer más por nuestra salud que todas las medicinas existentes. Arthur Kleinman, antropólogo de la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (Estados Unidso), se pregunta en un artículo publicado por la revista New Scientist si acaso el placebo es una amenaza para la medicina científica, a la vista de las cosas que se dicen sobre el tema. Kleinman añade valientemente que quizá una comprensión profunda del fenómeno haría que muchas estrategias de curación tradicionales y alternativas dejaran de parecer meras supersticiones en los ambientes universitarios.

¿Contentar o curar?

El origen del concepto “placebo” se remonta al siglo XVIII, cuando aludía el producto prescrito para contentar más que para beneficiar al paciente. La definición actual se refiere a una sustancia o tratamiento que no es capaz de provocar ningún efecto en el cuerpo. Es terapéuticamente un cero a la izquierda. Sin embargo, se llama “efecto placebo” al que se observa en los pacientes cuando se les administra. No debiera actuar sobre ningún síntoma, pero lo hace. 

Continuando con el enredo, la medicina convencional y las empresas farmacéuticas creen que sólo los tratamientos pueden ser responsables de la curación. Por eso en los estudios se considera el efecto placebo como “igual a cero” y los medicamentos, para ser considerados como tales, deben mostrar una potencia mayor. El hecho es que el placebo consigue en muchos casos resultados equivalentes a los medicamentos y, sobre todo, revela que el organismo posee recursos muy potentes.

¿No sería inteligente conocer a fondo estos recursos para potenciarlos? ¿No demuestra el placebo el acierto de las terapeutas alternativos cuando hablan del "poder de autocuración"?

Howard Brody, experto en medicina familiar e investigador de la Michigan State University (Estados Unidos), cree que “dentro de nosotros existen recursos y sustancias químicas curativas; si aprendemos a pulsar los botones correctos y a manejar las señales procedentes de nuestro entorno, estas vías químicas se activan”.

Está demostrado que cuando una persona cree estar recibiendo un tratamiento contra el dolor su cuerpo dispara la producción de endorfinas, unas sustancias similares a las hormonas y a los medicamentos derivados del opio, como la morfina. Estos compuestos anulan la señal de dolor, inducen bienestar y colaboran con el sistema inmunitario.

Aunque algunos autores han querido ceñir el efecto placebo a la percepción del dolor, lo cierto es que el cuerpo dispone de una auténtica farmacia completa: puede elaborar internamente agentes que suben o bajan la presión arterial, reducen las inflamaciones articulares, cambian el estado de ánimo e incluso encogen los tumores hasta hacerlos desaparecer.

El increíble poder del placebo queda también patente fuera de la consulta. Un grupo de jóvenes puede agarrar una borrachera bebiendo cerveza sin alcohol. También se puede pasar una noche entera de insomnio después de haber bebido café… descafeínado.

Cuando el placebo gana

No existe el medicamento que no se aproveche del efecto placebo, aunque la intención de la medicina convencional sea desterrarlo. Un analgésico no produce los mismos resultados si se toma sin darse cuenta disuelto en una bebida. Un estudio realizado en 1998 demostró que al menos la mitad de los efectos de un antidepresivo se deben al placebo. Más radical es Irving Kirsch que en su libro The Emperor’s New Drugs afirma que el efecto de los antidepresivos es un mito. El mérito real es del placebo.

A la industria farmacéuticas le cuesta encontrar productos que superen al placebo. El gobierno norteamericano exige que la eficacia quede demostrada en dos estudios por lo menos. A pesar de todas las estrategias que emplean para que los resultados sean positivos, los fabricantes del popular antidepresivo Prozac, por ejemplo, tuvieron que realizar cinco costosos ensayos para que dos salieran a favor del medicamento.

Un estudio reciente ha probado que el analgésico acetanomifeno (paracetamol) no consigue mejores resultados para tratar el dolor de espalda que el pacebo. Los consigue incluso peores: quienes lo toman se recuperan del lumbago en una media de 17 días; quien toman placebo, en 16. Por supuesto, el placebo no provoca efectos secundarios como el medicamento. 

Apenas se ha explorado el potencial terapéutico del efecto placebo. ¿Qué se conseguiría si se reforzara a propósito? Este planteamiento todavía tiene enfrente los prejuicios de la medicina convencional. Según una Comisión Parlamentaria convocada en el Reino Unido para discutir aspectos éticos, “prescribir placebo es mala medicina porque no se puede predecir ni confiar en su efecto” e implica “cierto grado de engaño al paciente”.

Se da una curiosa paradoja, pues se emplea cuando se espera que no cure, y se evita cuando podría ayudar a curar… Bien, no todos los médicos renuncian. Los estudios muestran que por lo menos la mitad acostumbra a recetar placebos. Lo hace cada vez que prescribe antibióticos para infecciones víricas, vitaminas para el cansancio y decenas de medicamentos de efecto leve. En realidad esperan que trabaje el cuerpo del paciente.

El cerebro sabe curar

Por fortuna, el efecto placebo tiene defensores. Herbert Benson, director del Institut MindBody Medicine en el Deaconess Hospital, de la Universidad de Medicina de Harvard (Estados Unidos), sostiene que el cerebro almacena en su memoria ciertas rutas de acceso hacia la curación y transmite señales que estimulan la farmacia interna para que generen elementos químicos naturalmente curativos. Por ello sugiere que el efecto placebo sea aprovechado como herramienta terapéutica: “es seguro, barato y ha superado la prueba del tiempo”.

Los expertos convocados por el Centro Nacional para la Medicina Alternativa y Complementaria (NCCAM) de Estados Unidos a unas jornadas bajo el título “La ciencia del placebo: hacia una investigación interdisciplinar” afirmaron que “se está abriendo paso una nueva valoración, gracias a que la investigación proporciona evidencias de interacciones mente-cerebro-cuerpo en los niveles celulares y moleculares”.

“En el nuevo modelo –continúan– el efecto placebo opera a través de mecanismos psicosociales como creencias, condicionamientos simbólicos y expectativas. Estos mecanismos evocan respuestas fisiológicas que afectan a los sistemas neurológico, inmunitario, endocrino, cardiovascular, gastrointestinal y otros grandes sistemas y órganos, produciendo mejoría en las enfermedades”.

La nueva visión refuerza los métodos empleados por las medicinas alternativas, basadas en el estímulo de las capacidades autocurativas a través de una variedad de medios. A muchos terapeutas no se lo han enseñado en la Universidad pero saben intuitivamente cómo potenciar el efecto placebo en sus pacientes. Incluso pueden hacerlo de manera inconsciente, con la única intención de que su paciente se sienta mejor. ¿No se trata de eso la curación?

  

NOTICIA

Algunas personas están genéticamente predispuestas a experimentar el efecto placebo

El efecto placebo no actúa igual sobre todas las personas. Al parecer, algunas están preparadas genéticamente para reaccionar positivamente.

Si esto es cierto, como sugiere un estudio de la Unviersidad de Harvard, las cosas se complican para la medicina científica. Actualmente los ensayos se hacen con un grupo placebo y otro que recibe el tratamiento. A la luz del estudio, habría que sumar un tercer y un cuarto grupos de personas predispuestas genéticamente a reaccionar.

Algunos expertos sugieren que aún habría que añadir otro: el de los que no reciben ningún tratamiento. Las conclusiones de los estudios se complicarían notablemente.

Ante las dificultades que se plantean, es probable que la industria haga como si este estudio no se hubiera publicado nunca. Sin embargo, no debiera pasarse por alto si se cree de verdad en el futuro de la medicina personalizada.

  

Confianza en el terapeuta

Según Franklin G. Miller, experto en bioética de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, el efecto placebo es un fenómeno de “curación interpersonal” donde el médico desempeña un papel fundamental. Un estudio demuestra que en Alemania el efecto placebo es mucho más potente que en otros países. Al parecer, la razón es la credibilidad, el prestigio que los médicos tienen en aquel país. Cuando el paciente confía en que el médico sabe descubrir cuál el problema y que ofrecerá la mejor solución, el organismo colabora de manera más contundente.

Si nos paramos a pensar en de qué depende de la confianza nos daremos cuenta de que se basa en aspectos que los ciudadanos suelen demandar a los médicos. Se otorga crédito al profesional que tiene tiempo para escuchar y examinar, que se interesa humanamente por el paciente, que muestra seriedad en su trabajo y que a la vez anima. Palabras como “se sentirá mejor en unos días” ayudan a la curación y no lo hacen frases como “ya veremos” o “ no estoy seguro de que el tratamiento vaya a ser eficaz”.

La convicción y el entusiasmo del médico son auténticas medicinas porque favorecen la esperanza del paciente. Otros factores que pueden favorecer la respuesta positiva son el sentirse bajo control de profesionales competentes, el contacto social con ellos, la información recibida sobre la enfermedad, así como la sensación de recibir un tratamiento que es fruto de un conocimiento médico riguroso.

El elemento ritual

La bata blanca, el fonendoscopio al cuello, la jeringuilla o cualquier máquina que parezca sofisticada actúan como símbolos que transmiten al paciente la sensación de que está recibiendo una acción poderosa. Al parecer, el efecto placebo se potencia en un entorno donde los milagros parecen posibles. Por tanto, no existe contradicción entre los avances terapéuticos y el poder de autocuración. Se complementan, siempre que los primeros no depriman al segundo.

Al mismo tiempo que los terapeutas muestran sus poderes, deben convencer a los pacientes de que su cuerpo es sabio y capaz de sanarse. De la misma manera que una herida se cierra y desaparece, muchos otros daños que no están a la vista son reparados continuamente.

La experiencia terapéutica

Todo lo que rodea el tratamiento puede ejercer algún tipo de impresión sobre el paciente y por tanto sobre el éxito de la terapia. Por ejemplo, se sabe que las pastillas grandes o muy pequeñas son más eficaces que las medianas. También lo es repartir la dosis en varias tomas en lugar de administrarla una vez al día. Hasta los colores de las pastillas tienen consecuencias: los cálidos resultan estimulantes, y los fríos, calmantes.

Por otra parte, el tratamiento debiera moverse sabiamente entre la provocación de momentos catárticos y periodos de relajación. La catarsis, que impacta sobre la psique y las emociones, moviliza los recursos del cuerpo ante una situación extrema, mientras que la relajación posterior permite que la energía del organismo se concentre en los mecanismos de autocuración, en lugar de dispersarse en forma de tensión muscular y nerviosa. El control de la respiración es fundamental en este sentido. 

• Los símbolos son un estímulo eficaz sobre estratos profundos de la mente que a su vez influyen sobre procesos fisiológicos. Pueden buscarse otras personas, lugares, cosas o acciones que funcionen como símbolos de refuerzo. Pueden ser imágenes religiosas, objetos de la suerte o con un significado personal que asociemos con la curación. Este efecto simbólico no excluye sino que se suma al propio de la sustancia activa o la técnica terapéutica.

• Las imágenes mentales son un medio de comunicación entre niveles profundos de la mente y la conciencia, como se ve en los sueños. La psicóloga Jeanne Archterberg propone la visualización en un estado de relajación profunda (cuando predominan las ondas eléctricas cerebrales de tipo theta).

La combinación de visualización y biofeedback (técnica de control de variables fisiológicas mediante monitorización) se utiliza en el tratamiento de adicciones, estrés postraumático, trastornos de personalidad múltiple, depresión, fatiga crónica o bulimia.

La cultura del paciente

Un urbanita, que se siente integrado en el mundo de los negocios y que valora la tecnología, se dejará curar por las pastillas de marca que compre a buen precio en una farmacia. Otra que ame la naturaleza y la vida sencilla sentirá que recupera la salud con extractos de plantas, alimentos sanos y terapias de tipo energético o en las que pueda participar activamente. Este es un factor tan importante que ignorarlo puede tener consecuencias negativas: si una persona se toma una pastilla con miedo a sus efectos secundarios, existen muchas probabilidades de que los sufra.

Cualquier tratamiento que pretenda apoyar los procesos de autocuración debiera tener en cuenta la actitud vital, en la salud y ante la enfermedad. La manera de estar en el mundo, con el modo de pensar sobre nosotros mismos y sobre los demás, así como el tipo de emociones que experimentamos, desempeñan un papel fundamental en la conservación de la salud o su recuperación.

Sea cual sea el problema, los pensamientos y las emociones negativas debieran ser tratados en primer lugar. Durante el tratamiento de una enfermedad es preciso estar convencido en la posibilidad de la curación. El optimismo tiene un efecto curativo demostrado. Las terapias que prestan especial atención al aspecto psicológico son por eso recomendables. La homeopatía, por ejemplo, insiste en la necesidad de cuidar y recuperar el bienestar psíquico como condición para la curación. Por este mismo motivo es una medicina óptima para la prevención.

Desde la infancia se debiera promover en la sociedad el amor hacia la vida y la admiración a sus manifestaciones. Una cultura de la salud cuida el contacto con la naturaleza y los demás seres vivos tanto como el respeto, la libertad, la solidaridad y sobre todo, los lazos afectivos. Sólo las personas que se sienten amadas son capaces de mimar su cuerpo, lo que implica atender sus necesidades, respetar sus ritmos…

Los valores contrarios, que favorecen la enfermedad y la depresión de la capacidad autocurativa son el miedo, el aislamiento, la competitividad, el desprecio, las falsas necesidades, la desconfianza…

Que el efecto placebo pase de ser ignorado a ser favorecido conscientemente representa un reto no sólo para la ciencia de la medicina. Es también un desafío para todos, una oportunidad para vivir con más plenitud, desarrollando el potencial que el ser humano posee y que se mantiene oculto.

¿Cómo funciona el efecto placebo?

ACTIVIDAD CEREBRAL Las tecnologías de diagnóstico por la imagen han permiten avanzar en el estudio de los procesos de autocuración asociados al efecto placebo. Cuando se toma un placebo del que se espera un efecto analgésico se activan determinadas áreas del cerebro, como las cortezas prefrontal, orbitofrontal e insular, la zona cingulada anterior, el nucleus accumbens, la amígdala y la corriente periacueductal de la materia gris. Paralelamete se produce un aumento en los niveles de endorfinas y dopamina. 

CONTROL INMUNITARIO El cerebro estimulado con placebo puede dirigir órdenes al metabolismo y el sistema inmunitario y producir todo tipo de cambios bioquímicos. De esta manera se puede conseguir que el cerebro controle los niveles de glucosa, de hierro o de antioxidantes, entre otras variables fisiológicas. El doctor Gustavo Pacheco-López, del Instituto de Ciencias del Comportamiento del Instituto Federal Suizo de Tecnología, de Zurich (Suiza), sugiere que existe un eje neocortical-simpático-inmunitario que explica la relación entre las expectativas del paciente y los efectos fisiológicos del placebo. 

RESPUESTA CONDICIONADA Al asociar un estímulo (como un pinchazo, un sonido, un sabor, un olor o la simple ingesta de una pastilla) a un tratamiento, su efecto puede reproducirse sólo mediante el estímulo. Por ejemplo, si las primeras veces que una persona asmática recurre a un spray broncodilatador siente un fuerte olor a vainilla, en ocasiones sucesivas el olor se bastará para generar el efecto del medicamento, sin el medicamento. Por tanto, si se administra una sustancia activa y a partir de un determinado momento se sustituye por placebo, el paciente experimenta los mismos beneficios.

PRINCIPALES INDICACIONES Entre las enfermedades enfermedades más indicadas para la terapia con placebo se han mencionado la depresión, el pánico, los trastornos de la conducta infantil (como la hiperactividad), la úlcera gastrodúodenal, el síndrome de colon irritable, el asma, la diabetes, las dermatitis, las infecciones de las vías respiratorias superiores, el síndrome de fatiga crónica, la hipertrofia benigna de próstata, las artritis, las alergias y otros procesos inflamatorios. El placebo incluso se demostró tanto o más eficaz que las operaciones quirúrgicas practicadas en enfermos con Parkinson o angina de pecho. No obstante el efecto placebo está siempre presente en el tratamiento de cualquier enfermedad.

LA DURACIÓN DEL EFECTO Los beneficios del placebo pueden mantenerse tanto o más tiempo que los de los medicamentos de farmacia. Los estudios muestran que, después de una administración, pueden evitar los ataques de pánico durante ocho meses, los dolores de la angina de pecho durante seis y las molestias de la artritis durante dos años y medio. En la literatura científica se hallan pruebas de una variedad sorprendentes de efectos terapéuticos atribuibles al efecto placebo. También existe el efecto contrario o “nocebo”, que se produce cuando las expectactivas son negativas.