El espíritu de la comuna

4.7.2014
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Murió Stephen Gaskin a los 79 años, con la aureola del último filósofo “hippie”, fundador de la comuna más emblemática de Estados Unidos, The Farm, en Tennessee, que subsiste en nuestros días como “comunidad intencional” y como referencia obligada del futuro sostenible. Le visitamos hace unos años y mantuvimos una cálida charla con él, arropados por su mujer, Ina May, impulsora del movimiento del parto natural. Nos entristece su muerte, pero queda su mensaje y su llamada a la utopía práctica y compartida…

Fue un viaje de proporciones bíblicas: 69 autobuses escolares, atestados de familias hippies, a la busca de la Tierra prometida. Marcando el camino, en esta versión colectiva de En la carretera, iba un profesor de inglés con largas melenas, Stephen Gaskin, ensalzado por sus seguidores como el profeta de la espiritualidad ecuménica (sabia combinación de tantas religiones, más la sabiduría de la tierra y la no violencia).

Partieron de San Francisco en 1969 y, al cabo de dos años de peregrinación, echaron raíces como auténticos pioneros entre los robles, nogales y cerezos silvestres de Tennessee. Juntaron todos sus ahorros y compraron 700 hectáreas de tierra en Summertown. Fundaron The Farm, la mayor comuna de la que se tuvo noticia: más 1.200 almas (entre ellos 500 niños) deseando inventar un mundo distinto.

Resolvimos nuestros problemas pasando de un modelo comunal a uno cooperativo, dando más espacio a la iniciativa individual 

"Llegamos con un sueño más o menos concreto", atestiguaba Gaskin, inundado de fotos y recuerdos en blanco y negro. "Pero no nos conformamos con hacer un experimento; queríamos construir una realidad... Aprendimos de nuestros errores y nos llevó tiempo, pero creo que acabamos consiguiéndolo".

La comuna como tal pasó a la historia, pero sobrevivió la comunidad intencional. Atravesaron su gran momento de zozobra, allá en 1983, cuando la población encogió hasta los 200 miembros. "Pasamos grandes dificultades económicas y los típicos problemas de convivencia", admite Douglas Stevenson, 55 años, portavoz oficioso de The Farm. "Los resolvimos pasando de un modelo comunal a uno cooperativo, dando más espacio a la iniciativa individual".

 
  

Hey beatnik, this is The Farm Book, de Stephen Gaskin (1974) 

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"Pero nunca hemos renunciado a ese vínculo espiritual que nos trajo hasta aquí y que todavía nos une", recalca Douglas. "Para sobrevivir tienes que adaptarte, sin necesidad de renunciar a tus valores. La paz y la relación con la tierra siguen siendo nuestra esencia".

El líder espiritual, Stephen Gaskin, se cortó la melena y soltó las riendas de la comunidad, que acabó siendo un referente de la otra América. En los bosques cercanos a Nashville, entre el canto de las cigarras y una humedad asfixiante, se pusieron los cimientos de la permacultura, se practicó la agricultura orgánica, se popularizó la dieta vegana, se creó la primera lechería de soja, se reinventó el tofu y se gestó el renacimiento del parto natural.

La "madre" de todas las comadronas era precisamente la esposa de Gaskin: Ina May, premiada en Estocolmo con el Right Livelihood Award 2011 (el Premio Nobel Alternativo). En 1977 publicó el clásico Spiritual Midwifery (Partería espiritual, en la edición en español), y desde entonces da la vuelta al mundo defendiendo la dimensión grandiosa e íntima del alumbramiento.

Su trabajo didáctico lo alternaba Ina May con la práctica en el celebérrimo Birth Center (Casa de Partos) de The Farm, la escuela obligatoria de decenas de comadronas en EEUU. "Cuando empezamos, se nos perseguía casi como si fuéramos brujas", recuerda. "Ahora estamos presentes al menos en el 10% de los nuevos nacimientos y vuelve a hablarse con relativa 'naturalidad' del parto natural, pese a la resistencia de la clase médica".

El espíritu de la revolución contracultural seguía vivo en esta venerada y afable pareja, que llevaba desde finales de los 60 construyendo su utopía compartida y cotidiana. Y ahí seguían, recogiendo la cosecha de todo lo sembrado en aquellos años, que no fue poco. Los dos vecinos más reconocidos de The Farm vivían emboscados en una de las primeras casas de la "comunidad intencional", nada más entrar a la derecha.

Altísimo y afable, Stephen Gaskin tenía aún en sus ojos azules la impronta indeleble del Haight-Ashbury, la cuna del movimiento hippie donde se granjeó la fama de profesor iluminado. Sus 'Clases del Lunes por la Noche' en la Universidad de San Francisco -donde combinaba política, filosofía y espiritualidad- llegaron a convocar hasta una millar de entusiastas alumnos que fueron el embrión de The Farm.

El espíritu de la revolución contracultural seguía vivo en esta venerada pareja, que llevaba desde de los 60 construyendo su utopía compartida y cotidiana

Sus experiencias quedaron reunidas en Monday Nigth Classes y en The Caravan, dos clásicos de la época. Alternó luego la enseñanza espiritual con la música (es un consumado percusionista) y con el activismo a favor de la legalización de la marihuana. En 1980 recibió también el Right Livelihood Award.

Gaskin recordaba con nostalgia las gestas del pasado, con parada obligada en el verano del amor y en el peregrinaje hippie del 69, y nos invitó a seguirle mentalmente por el "via crucis" fotográfico que decoraba el salón de su casa. "El cambio social es más apremiante que nunca", advertía Gaskin. "Aunque el cambio más profundo y necesario es el que debe producirse a la altura de nuestra conciencia, antes de que sea demasiado tarde".

La meditación y la celebración de los solsticios sigue uniendo a los miembros de The Farm, que confluyen a todas las horas en el healthfood deli (tienda de salud) de Roberta Kachinsky. Las familias viven en casas de madera desperdigadas por el bosque, cada cual con su propio huerto. Los vecinos han creado empresas caseras, demostrando que la tecnología no tiene por qué estar reñida con la ecología. A través de la ONG Plenty International cooperan en proyectos de desarrollo en Suráfrica y en el Bronx, y con Farms Not Arms ponen la pica pacifista en el nuevo siglo.

The Farm tiene su propia y luminosa escuela, con medio centenar de niños aprendiendo en contacto directo con la naturaleza, ayudando en la recolecta de arándanos o dándose el último chapuzón del día en el bucólico estanque. La comunidad se proyecta ahora hacia el exterior con la Ecoaldea, que abre todos los veranos sus puertas con cursos de permacultura, agricultura orgánica, energía solar y construcción con balas de paja. Allí, como vestigio del legendario éxodo, está la herrumbre sagrada del autobús escolar en el que llegaron los pioneros, integrado ya en este paisaje de lo posible, en el profundo sur estadounidense.