El exceso de información intoxica

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Estamos expuestos a tal cantidad de información que puede ser una fuente de ansiedad, confusión y aislamiento.

Limitar la infoxicación es una forma de devolver la calma a nuestras vidas.

SXC

Todas las especies recogen y asimilan aquella información esencial para su supervivencia. El águila cuenta con una poderosa visión de lejos para detectar a sus presas desde las alturas. A su vez, en las cuevas de Postojna, Eslovenia, vive una singular salamandra de piel blanca que carece de ojos. Conocida como el pez humano, no los necesita puesto que habita en las profundidades subterráneas sin luz.

Sólo si descartamos la información que no necesitamos, lograremos centrar nuestra atención en aquello que nos es vital. En cambio, si nuestro cerebro recibe una lluvia constante de estímulos, corremos el riesgo de ahogarnos en un mar de información que seremos incapaces de gestionar. Cuando eso sucede, la información se convierte en infoxicación.

Más es menos

La infoxicación es un neologismo acuñado por el físico y experto en comunicación Alfons Cornella para definir el exceso de información. Este término describe el estado de estrés que sufre el ser humano ante la actual sobrecarga intelectual. En Estados Unidos incluso se ha tipificado un nuevo trastorno psicológico, el IFS, Information Fatigue Syndrome, que se puede traducir cómo síndrome de fatiga por la información. La persona que la sufre experimenta confusión mental, angustia y miedo a colapsarse.

La información que existe en todo el planeta se duplica actualmente cada cuatro años

En el origen de este trastorno está el volumen creciente de estímulos que nos asalta diariamente. La información que generamos y recibimos se multiplica cada vez más y nos sentimos angustiados ante la imposibilidad real de estar al día. Entre correos electrónicos, sms, mensajes al buzón de voz y llamadas telefónicas, el globo de información al que tenemos que dar respuesta se va hinchando exponencialmente.

A estos estímulos personales tenemos que sumar la radio, la televisión, la publicidad en los medios escritos y audiovisuales, los mensajes que nos llegan cuando salimos a la calle, en el trabajo, dentro de casa con la familia... Todos estos inputs sumados producen un agotamiento intelectual creciente que puede derivar en diferentes grados de ansiedad. La sensación de que no podemos con todo acaba generando depresión y aislamiento, ya que la persona infoxicada no pierde la esperanza de ponerse al día y se zambulle cada vez más en su estrés comunicacional.

Cada día vemos a ejecutivos que prácticamente chocan con los peatones mientras avanzan por la calle contestando mensajes con su Blackberry, o personas incapaces de atender medio minuto seguido en una reunión o entrevista porque su artilugio no para de vibrar con la entrada de cada mensaje. Sobre esto, el novelista J.B. Priestly afirmaba que “cuanto más avanzan los medios de comunicación, más nos cuesta comunicarnos”.

Un mar de estímulos

Cronológicamente hablando, no es tan lejano el tiempo en el que mandábamos una carta y aguardábamos dos o más semanas para obtener respuesta. Hace sólo un par de décadas, si no estábamos en casa, nadie nos podía localizar por teléfono ni recibíamos mensajes personales de ninguna clase fuera de la oficina o el hogar. En su libro Data Smog, el periodista David Shenk dice que el gran problema de la infoxicación es que tiene sólo 50 años y la especie humana no se ha podido adaptar psicológicamente a la nueva situación. Asegura que “a medida que multiplicamos la información, de ser buena pasa a ser contaminante”.

En un estudio realizado en Estados Unidos, este experto señala que el número diario de mensajes publicitarios que recibía un ciudadano en la década de los años 70 era de unos 500, que no son pocos, pero hoy le llegan más de 3.000. Encontramos un crecimiento parecido en otras clases de información, y las personas con un cargo ejecutivo están expuestas a diez o veinte veces este volumen. Se ha calculado que un gerente típico, entre mensajes e informes, tiene que leer un millón de palabras por semana. Es decir: el equivalente a tragarse tres veces el Quijote entero.

El compositor norteamericano Steven Halpern evoca la época en la que Mozart componía sus obras, a finales del siglo XVIII. Señala que la ciudad de Viena era entonces tan tranquila que las alarmas de incendio se podían dar verbalmente. Bastaba con que un vigilante gritara desde lo alto de una torre.

En contraste con eso, Halpern señala que “en la sociedad de nuestro tiempo, en cambio, el nivel de ruido es tan grande que sacude nuestros cuerpos y nos aparta de los ritmos naturales. Este asalto del ruido y otros estímulos a través de nuestros oídos, mentes y cuerpos añade una carga extra de estrés a todos los que intentamos sobrevivir en un entorno que, de hecho, ya es altamente complejo”. Ante esta multiplicación del ruido informativo vale la pena que nos preguntemos si es un error en nuestra evolución o bien desempeña alguna función en la supervivencia de nuestra especie.

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La boca de riego de Internet

Entre los factores que nos han llevado hasta aquí, parece claro que la llegada de internet ha sido clave para la infoxicación. Como decía el pionero de la programación Mitchell Kapor, “obtener información de internet es cómo querer tomar un trago de agua en una boca de riego”. El periodista chileno Rodrigo Guaiquil reflexiona así sobre las consecuencias que ha tenido la Red en nuestra vida cotidiana: “La llegada de la informática, y muy especialmente de internet, ha permitido numerosos avances en los procesos productivos, pero al mismo tiempo ha provocado un demoledor efecto secundario: la información que existe en todo el planeta se duplica actualmente cada cuatro años. Ante esto, es obvio que ningún mortal es capaz de estar al día ni siquiera en su especialidad. Hay que desarrollar estrategias que permitan gestionar los inmensos volúmenes de información con que nos bombardean los medios o que se transmiten a través de las redes telemáticas. De otra manera, corremos el peligro de que, entre tantos mensajes, no consigamos comunicarnos”.

Según los expertos, la clave estaría en comunicarnos menos a menudo y mejor, así como en potenciar las formas pretecnológicas de interrelación. Silenciar los teléfonos y apagar el televisor durante la comida familiar es parte de la terapia. De hecho, toda desconexión que nos devuelva a los vínculos naturales con otros seres humanos contribuye a desinfoxicarnos.

El estado contrario de sobrestimulación, además de agotamiento y desgaste intelectual, presenta los siguientes síntomas en el individuo:

• Disminución de la capacidad de mantener un diálogo continuado a través de medios no tecnológicos.
• Irritabilidad causada por la fatiga. La persona infoxicada salta a la mínima porque se siente al borde del colapso.
• Percepción de que el caudal de mensajes a los que está expuesto tiene absoluta prioridad en su vida, lo que le genera angustia si no puede leerlos y responderlos en tiempo real.
• Búsqueda de aislamiento para intentar contener el mar de inputs que escapa de su control.
• Incapacidad para desconectar, incluso en situaciones de compromiso como una boda, una reunión de viejos amigos o un entierro familiar.
• Sentimiento de caos cuando, por un fallo en la red, se detiene temporalmente el flujo de información.   

Si reflexionamos sobre estos síntomas, concluiremos que la adicción informativa es una poderosa droga con importantes secuelas psicológicas y sociales.

Del ruido al mensaje

El experto –entre muchas otras cosas– en tratamiento de la información Alfons Cornella, fundador de  www.infonomia.com, analiza así las causas de la infoxicación: “El ancho de banda, es decir, la cantidad de información que recibimos por unidad de tiempo, no parará de crecer. Los estímulos crecen descontroladamente y cada vez es más barato enviar información. Pero con la variable humana, la atención, pasa justamente lo opuesto: el tiempo que podemos dedicar es cada vez más corto, porque tenemos que repartir nuestra cantidad finita de tiempo cada vez entre más elementos de información. Nuestra atención es el recurso escaso”.

En una sociedad en la que difícilmente podemos vivir al margen de la información, para Cornella se trataría de gestionar de forma más eficaz nuestra forma de comunicarnos: “Hay que diseñar instrumentos para reducir el ruido informacional y aumentar la productividad de nuestro tiempo de atención. (...) Tenemos que aprender a comunicar más eficientemente: explicar historias más que dar datos; sintonizar lo que queremos comunicar con el momento de atención del receptor; presentar la información de forma útil y emocionante. Es información lo que sorprende, no lo que ya sabemos. Al final, la información que llega sin criterio o sin pasión es ruido, y el ruido molesta”.

Estas medidas se orientan a los profesionales que viven de comunicar, algo que tal vez englobe a la mayoría de trabajadores. Sin embargo, es importante que diseñemos estrategias para combatir la infoxicación donde no debería producirse: en el ámbito privado.

Regreso al país de la calma

Si en nuestro trabajo nos vemos expuestos a un aluvión de datos que debemos gestionar, hay que compensarlo en el tiempo libre con una pausa en el flujo informativo que desgasta nuestra atención. Sólo así lograremos descansar.

Al exigir al cuerpo y la mente más de lo que pueden dar, cuando aceptamos el bombardeo de estímulos como una forma aceptable de vida, generamos cantidades ingentes de estrés. En su libro Con rumbo propio, el investigador de la reducción de estrés y consultor Andrés Martín Asuero hace la siguiente reflexión: “Siempre que sufrimos estrés, emprendemos alguna acción orientada a eliminar esta sensación de malestar. Hay personas que en momentos de tensión comen demasiado, otras toman muchos cafés, abusan del alcohol o bien del tabaco. Algunas muestran irritabilidad y se meten en discusiones. Otras se llevan el trabajo a casa y se quitan horas de sueño, trabajando hasta tarde para ponerse al día, para acabar descubriendo que el trabajo continúa creciendo. Otras quieren compensar el estrés con caprichos. (...) Hay que recordar que el estrés es impulsado por el miedo o la rabia, así que tendríamos que empezar regulando estas dos emociones”. Para regresar al país de la calma, deberíamos preguntarnos qué genera el miedo y la rabia y ver si están justificados.

En el estresante ámbito de la infoxicación, tenemos miedo a perdernos algo importante si nos desconectamos del correo electrónico o del móvil, por no hablar de redes sociales como Facebook o Twitter, que generan toneladas de información que no necesitamos. La rabia de no poder con todo sólo se soluciona con un replanteamiento de vida que ponga en su sitio las verdaderas prioridades. Tal vez entonces nos demos cuenta de que no necesitamos estar al día de todo o saber lo que hacen otras personas en cada momento para llevar una vida con sentido.

Antídotos contra la "infoxicación"

Estas sencillas medidas están orientadas a desinfoxicar nuestra vida fuera del trabajo y aliviar la sobrestimulación a la que nos vemos expuestos.
• Apagar el televisor en casa, a no ser que se trate de un programa que habíamos decidido previamente ver. Si no estamos acostumbrados al silencio o vivimos en un bloque ruidoso, podemos sustituir el rumor de la televisión por un disco de música.
• Desconectar el teléfono móvil una cuantas horas al día. Sólo así lograremos salir del estado de alerta que nos fatiga durante toda la jornada. Si apagamos el teléfono durante las comidas, así como las primeras horas al llegar a casa, lograremos un descanso mental de calidad.
• Evitar los medios con exceso de publicidad. Los mensajes no solicitados que trufan programas de televisión, periódicos gratuitos o incluso servicios de música digital contribuyen a sobrecargar nuestra atención.
• Introducir filtros para el correo electrónico. Además de pedir a nuestros contactos que no nos manden correos que no sean personales, podemos filtrar los mensajes de modo que el spam y los envíos colectivos queden fuera.
• Hacer ayunos de información. Es lo que David Shenk denomina siestas lejos del ordenador y la Blackberry. Así como el cuerpo necesita depurarse de vez en cuando, también la mente precisa eliminar la información inútil a través de una pausa. Lo más sorprendente es que, con la práctica, descubriremos que el mundo no se viene abajo.
• Practicar la atención plena. La meditación es un instrumento muy eficaz puesto que nos ayuda a vaciar la mente al centrar nuestros sentidos en una sola cosa; por ejemplo, el aire que entra y sale por las fosas nasales.