El poder curativo del bosque (I)

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El bosque nos regala aire puro para respirar y aporta a los hombres y a los animales un clima benefactor. Su sombra es un símbolo de protección, recogimiento y relajación, y sus habitantes vegetales aportan en todas las estaciones un enorme tesoro de remedios curativos.

Entras en el bosque y la vorágine del día a día se desvanece. Junto al aire puro la paz absoluta es la reina del lugar. Nos adentramos un poco más y nuestro bienestar se profundiza, como si volviéramos a casa. El bosque regala un cúmulo de impresiones agradables, sin llegar al exceso de estímulos que agobia en la ciudad.

En lugar de ruido de tráfico se oye aquí el canto de los pajarillos, el ruido de las hojas de los árboles y de los arbustos mecidos por el viento, tal vez un arroyo o simplemente la maravilla de la nada, del silencio puro.

La semisombra, el verde intenso o los ocres, naranjas y rojos del otoño ayudan a crear un estado de relajación a través de la mirada. Quien sea capaz de abrir los sentidos a la intensidad de la naturaleza pronto mejorará su estado y podrá soltar el lastre de todo lo negativo que lleva consigo.

Un clima terapéutico

Bajo las copas de los árboles se crea un clima interior especial. Al contrario de lo que pasa en campo abierto, aquí hay menos humedad ambiental, menos viento y una intensidad de luz menor.

Durante un paseo por el bosque se intercambian constantemente la luz con las sombras y un relativo calor con el frescor. Estos cambios estimulantes resultan curativos en numerosas patologías, de ahí que haya muchas casas de reposo y balnearios en zonas boscosas.

 

 

El aire puro de los bosques no sólo es una maravilla para la gente sana. Los afectados por alergias, asmáticos, gente con dermatitis atópica y personas con debilidad cardiaca, consiguen buenos resultados terapéuticos gracias a la permanencia en su seno. Y todos aquellos que sufren de dolores de espalda crónicos o tienen dolores articulares debido al asfalto duro, pueden pasear por la superficie amortiguada del bosque y recuperar el placer de caminar y experimentar una auténtica regeneración de sus articulaciones.

Doctor "verde"

La naturaleza nos es muy cercana. Lo que sucede es que no nos damos cuenta porque nos hemos cerrado completamente el camino hacia el verde debido a nuestro día a día lleno de estrés. Como contrapeso de la continua tensión diaria y del papel que debemos cumplir en la sociedad, necesitamos más que nunca de períodos de desconexión.

La experiencia en la naturaleza tiene un papel importante en este sentido. Numerosos estudios confirman lo esenciales que resultan las plantas y los árboles para nuestro bienestar corporal y psíquico.

Muy clarificador fue el "estudio de la ventana” de Roger S. Ulrich, de la Universidad A&M de Texas. Se observó la evolución de pacientes recién operados. Los que veían por la ventana un trozo de bosque con muchos árboles precisaron menos calmantes, estaban con mejor estado de ánimo y recibieron el alta antes que aquellos que miraban directamente a una pared de piedra o cemento.

Ulrich descubrió más tarde que pequeñas estancias en la naturaleza ayudaban a bajar la tensión, a normalizar el ritmo cardiaco y a relajar los músculos.

A pesar de lo saludable que es la naturaleza para nosotros, nos hemos distanciado de ella. Nos movemos el 95% del tiempo en mundos artificiales que nos hemos creado: oficinas, centros comerciales, aeropuertos…un mundo de acero y cemento que nos cierra el paso al mundo natural. Solo un tercio de los niños actuales pueden distinguir cinco plantas aromáticas, una séptima parte conocen el nombre de cinco aves migratorias y una octava parte pueden reconocer un árbol por sus hojas.

 

 

Protección frente al infarto y el cáncer

El contacto con la naturaleza regala a cuerpo y alma un descanso en todo tipo de climas, incluso en las estaciones más frías. Investigadores coreanos han descubierto cómo beneficia el aire del bosque al sistema cardiovascualar. 43 mujeres mayores pasearon diariamente una hora por el bosque mientras 19 lo hacían por la ciudad. Antes y después del paseo se les controlaba la tensión arterial, la capacidad pulmonar y la elasticidad de las venas.

Las mujeres que pasearon por el bosque tuvieron una bajada significativa de la tensión, la capacidad pulmonar aumentó y la elasticidad de la venas mejoró. No hubo ningún cambio en aquellas que pasearon por la ciudad.

Investigadores del Nipon Medical School de Tokio descubrieron que el caminar por el bosque activaba las células defensivas killer y que ese efecto se mantenían hasta siete días después de haber hecho el paseo. Los investigadores sospechan que el efecto se debe a los llamados phytoncides. Las plantas crean estas sustancias para protegerse de patógenos. Al pasear por el bosque absorbemos phytoncides con la respiración y aprovechamos su efecto fortalecedor del sistema inmunitario. En los bosques el aire está además muy libre de polvo, al igual que sucede en el mar y la montaña. La concentración de polvo es sólo de entre un 1 y un 10% de la que hay en las ciudades.

Los convalecientes también deben valorar el poder curativo del bosque. Haciendo una encuesta a 335 pacientes en rehabilitación en diez centros enclavados en zonas boscosas, más de tres cuartas partes reconocieron que los paseos por el bosque eran de las cosas que más les habían ayudado a su recuperación.

Pasea, no corras, porque asimilarás mejor las impresiones del bosque. Cuanto más lenta es nuestra velocidad, más se centra nuestra percepción en lo exterior. La armonía del bosque nos mima el alma y favorece la producción de endorfinas, hormonas de la felicidad que a su vez estimulan los procesos fisiológicos que mantienen la salud.

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