El templo del cuerpo

25.4.2014
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El cuerpo es un aliado, un medio necesario incluso, para el crecimiento interior y la vida plena. Puede entenderse como el templo que acoge las experiencias más intensas y significativas que un ser humano puede alcanzar. 

Obra de Luke Brown

El cuerpo posibilita todas las experiencias grandes y pequeñas de la vida, desde comer hasta trabajar, jugar o hacer el amor. Pero también está sometido a la enfermedad, el dolor, el envejecimiento y en última instancia, a la muerte.

Quizá por ello no ha gozado de buena fama en las principales tradiciones espirituales, que de una u otra manera han dividido al ser humano entre el alma valiosa y la carne débil. El cuerpo no se ha librado nunca de la sospecha de que traicionaba las elevadas ambiciones del espíritu. 

Es bien conocido el rechazo al cuerpo en la tradición religiosa occidental cristiana, pero también se ha producido en Oriente. El brahmanismo hindú se parece al ascetismo cristiano cuando tacha el cuerpo de irreal o como una carga densa de la que hay que liberarse. Algunos textos budistas lo definen como una fuente repulsiva de sufrimiento y calificativos similares se pueden encontrar en el judaísmo y el islamismo. 

Sin embargo, en las mismas tradiciones se hallan palabras que ensalzan el cuerpo como una materialización misma de la divinidad. La Biblia dice “el Verbo se hizo carne”. El budismo de la escuela shingon, de tradición tántrica, se propone alcanzar la budeidad en el cuerpo. La escuela soto zen insiste en la necesidad de rendir la mente al cuerpo para conseguir la iluminación. El antiguo taoísmo, por su parte, lo entendía como símbolo de todos los secretos del Universo.  

Un aliado del crecimiento interior

Desde este punto de vista, el cuerpo es un aliado, un medio necesario incluso, para el crecimiento interior y la vida plena. Puede entenderse como el templo que acoge las experiencias más intensas y significativas que un ser humano puede alcanzar. 

Junto a la tendencia milenaria de separar el cuerpo de aquello más sublime del ser humano ha existido siempre la intuición de que en realidad están unidos o son la misma cosa. Para Jorge N. Ferrer, autor de Espiritualidad creativa, sería deseable dejar atrás la ambivalencia de las tradiciones espirituales para abrazar definitivamente el cuerpo, y lo material en general, como manifestaciones espirituales. 

Es posible aproximarse al cuerpo aceptando sus profundidades y sus banalidades, sus necesidades y sus deseos, sus luces y sus sombras. No es el lugar que encierra el espíritu como si fuera una prisión. Se puede entender, más bien, como la forma que toma el espíritu en el modo humano de existencia. Siendo así, lo que sucede en el cuerpo puede ser el origen de intuiciones sobre el sentido de la vida más significativas que los razonamientos filosóficos más sofisticados. 

El cuerpo y el instinto contribuyen en igualdad de condiciones con el corazón y la mente a la experiencia del Misterio. El cuerpo es un medio creativo para la transformación espiritual que no se deja dominar por teorías intelectuales o dogmas. A través de él –y no sólo de las palabras, los pensamientos o los comportamientos– se produce la experiencia más profunda de la espiritualidad. 

Incluso la tradición que lo ha rechazado se ha aprovechado de él. Los monjes que renunciaban a la sexualidad provocaban una sublimación de esa energía que favorecía sus éxtasis místicos. Por contra, los practicantes de tantra perseguían el mismo objetivo a través de relaciones sexuales rituales. Según Ferrer, actualmente es posible deshacerse de todos los prejuicios contra el cuerpo y disfrutar de una experiencia integrada de todas sus capacidades, posibilitando vivencias tan físicas como espirituales.   

Más allá de la salud

Considerar el cuerpo como un templo lleva a cuidarlo con una intención que va más allá del mantenimiento de la salud. Este objetivo tiene algo de egoísta: imponer la salud al cuerpo significa no respetar su inteligencia, que a menudo pasa por la enfermedad para recuperar por sí mismo el equilibrio. Reconocer esa sabiduría es la mejor estrategia para ayudar al cuerpo a mantenerse en estado de equilibrio o recuperarlo.

Más bien, en lugar de luchar contra los trastornos se trata de favorecer el desarrollo de sus potenciales extraordinarios de vitalidad. Para ello es necesario conocer su estructura. Las sabidurías tradicionales lo describen como una combinación de por lo menos tres niveles distintos: físico, mental y espiritual. 

Ken Wilber, autor de La visión integral, afirma que existen un cuerpo físico u ordinario, un cuerpo sutil y un cuerpo causal. El cuerpo físico es el tangible, compuesto de carne, huesos, órganos, células, sangre, saliva y otras sustancias. El sutil es el cuerpo de la energía vital, llamada chi o prana, sobre la que actúan las terapias orientales. El tercer cuerpo es, según la filosofía integral, el causal o nivel de conciencia superior con el que se conecta a través de la meditación. 

Más allá de las descripciones teóricas que se puedan hacer del cuerpo, lo cierto es que en él todo esta conectado. Por eso disciplinas como el yoga, el tantra o las artes marciales actúan sobre el cuerpo físico para conseguir objetivos espirituales o inmateriales. Mediante la alimentación, la respiración y la práctica de determinados ejercicios se puede afinar su funcionamiento hasta convertirlo en un instrumento de conocimiento.

La dignidad del cuerpo físico

Este conocimiento debe seguramente comenzar por el cuerpo físico. Es la puerta de entrada al templo, que nos permite sentir el mundo que nos rodea, las rocas, los árboles, las personas, las músicas, los olores... 

Si fuéramos máquinas dotadas de sensores, los estímulos que proceden del entorno podrían reducirse a una serie de datos físicos y químicos, pero somos seres humanos que traducimos esas impresiones en emociones e ideas que llenan de sentido la vida. Un amanecer nunca dejará de parecernos impresionante. Una caricia será siempre un regalo y una música alegre nos invitará a bailar. Nada de esto sería posible sin la magia del cuerpo.

Por la noche, cuando el cuerpo reposa, la energía sutil toma el relevo. En la sala oscura del templo, los sueños traducen las impresiones del día al lenguaje profundo de la mente, articulado en torno a deseos, recuerdos de experiencias pasadas e imágenes dotadas de significados personales. 

Pero llega un momento en que el sueño no deja huella. Es el silencio que caracteriza, según Wilber, el dominio del cuerpo causal o espiritual, al que también se accede a través de la meditación profunda, asociada a las experiencias inefables de bienestar, libertad y plenitud. 

Aunque en cada momento podemos estar con más intensidad en uno de los tres niveles del cuerpo, en cada instante se entrelazan inevitablemente. Sentimos el viento sobre la cara, el aroma que transporta nos trae un recuerdo y quizá por una décima de segundo nos embarga la conciencia de vivir en un milagro.

Cuidado día a día 

Tratar el propio cuerpo como un templo significa cuidar todas sus dimensiones, desde las más físicas a las más elevadas, recordando que ninguna práctica se centra exclusivamente en una de ellas. Son atenciones que pueden formar parte de las rutinas diarias o prácticas que necesitan un tiempo específico. 

Los ejercicios puramente físicos como los diferentes deportes de equipo o individuales, la carrera, el ciclismo o caminar son tan dignos como las técnicas que se dirigen a las energías sutiles, como el taichí, el yoga o el chi kung, e incluso como los distintos tipos de meditación y visualización, que trabajan al nivel de la conciencia. 

A lo largo del día y de la semana hay tiempo para dedicarlo de manera equilibrada, y en consonancia con las características personales, a cada tipo de práctica. La combinación permite enriquecer la calidad de cada una. Por ejemplo, al correr o ir en bicicleta ya no nos centramos exclusivamente en quemar calorías o aumentar el rendimiento, sino que prestamos atención a la armonía de los gestos, a la respiración, a las sensaciones que proceden del cuerpo en cada instante o a los pensamientos y emociones que se experimentan. 

El movimiento es una necesidad básica para el cuerpo físico y satisfacerla tiene efectos positivos sobre el estado de ánimo, la claridad intelectual y el bienestar general. El entrenamiento de la fuerza y de la resistencia, que a menudo se lleva hasta la sensación de agotamiento, hasta la casi muerte, pone en contacto con la capacidad para renacer e ir más allá de los límites. 

Estas experiencias seguramente son tan importantes para el ser humano que explican en buena parte la práctica del deporte de alta competición o el alpinismo. Alcanzar la flexibilidad y el control del cuerpo que exhiben los yoguis expertos exige un esfuerzo equivalente, que va acompañado de conquistas interiores por las que no se reciben títulos. 

Fusión de las energías

Los practicantes de disciplinas psicofísicas desarrollan habilidades que permiten gestionar adecuadamente los estados mentales, emocionales y energéticos. Así cultivan la serenidad y favorecen el crecimiento psicológico o espiritual. En el yoga o el taoísmo, por ejemplo, este dominio se refiere a la energía vital que desciende y asciendo por el tronco del cuerpo como en un circuito cerrado. El fin último de estas prácticas es alcanzar tal fusión entre las estructuras físicas y energéticas del cuerpo, de manera que sea posible el despliegue de los potenciales extraordinarios de comprensión y longevidad a que hacen referencia las tradiciones antiguas. 

Todas las grandes tradiciones espirituales aseguran que existe una resonancia entre el cuerpo y el cosmos. En su funcionamiento se expresa toda la sabiduría y la capacidad creativa de la naturaleza. La mente puede ansiar el conocimiento de las leyes físicas y químicas, pero el cuerpo ya es el resultado más acabado de su aplicación. De alguna manera el objetivo de la mente debiera ser conectar con lo que el cuerpo ya sabe. 

La experiencia del propio cuerpo como un ente sagrado -es decir, digno de respeto– es un primer paso para considerar la naturaleza entera como su origen y su casa. Así alcanzamos un doble asimiento, en nuestro cuerpo y en la Tierra, que cura la extraña sensación de no formar parte de este mundo. Porque en el cuerpo y en la Tierra es donde se nos hace accesible el Misterio. 

Descubrir el potencial del cuerpo

Cuando el cuerpo se deja traspasar por las energías físicas y sutiles, sin bloquearlas, puede manifestar su propio ritmo, sus gestos, posturas y actitudes naturales. Ciertas técnicas y actitudes ayudan a que el cuerpo exprese todo su potencial.

Yoga. Algunos textos indios antiguos afirman que las asanas o posturas tienen su origen en gestos realizados espontáneamente como consecuencia del flujo libre de la energía vital o prana. Al aprenderlos y realizarlos con acompañamiento de respiración consciente y actitud meditativa se consigue favorecer la circulación de la energía. Idealmente cualquier persona podría investigar con su propio cuerpo y crear su yoga personal. 

Katsugen. Es un ejercicio que forma parte del seitai, disciplina fundada por  Haruchika Noguchi, que mediante la respiración y la autobservación trata anular el control de la conciencia sobre el cuerpo para permitir su movimiento libre autorregenerador, lo que favorece la autocuración y el equilibrio entre mente y cuerpo.

Sexualidad. Todavía es un campo de experimentación y crecimiento para el ser humano. Es una energía biológica primaria con profundas implicaciones emocionales, que contribuye a aliviar la tensión a través de la relajación. Liberarla significa vivirla sin egoísmos, temores, conflictos o imposiciones dictadas por morales particulares. 

Cabeza, corazón y hara

Una forma sencilla de pensar sobre la totalidad de aspectos del cuerpo consiste en emplear un modelo de tres partes que incluye los centros fundamentales del cuerpo-mente, es decir, la cabeza, el corazón y el hara. Es el modelo subyacente en los sistemas tradicionales de salud y desarrollo espiritual. 

Hara es el centro de la energía corporal y de las sensaciones viscerales. Es la fuente del contacto con la Tierra que permite moverse con presencia e irradiar vitalidad. Este centro se ubica por debajo del ombligo. 

El corazón es el centro de la energía emocional, de la intuición y de la capacidad de amar y cuidar de nosotros mismos y de los demás. 

La cabeza es el centro del discernimiento y de las intuiciones relativas a la bondad, la verdad y la belleza. En ella reside la capacidad para liberarse de las visiones limitadas y acceder a niveles superiores de conciencia. 

El cuerpo como un todo se beneficia del cultivo armonioso de los tres centros. El trabajo sobre la respiración en actitud meditativa es seguramente el medio más eficaz para integrar el hara, el corazón y la cabeza.

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