Eucalipto, la desintegración del paisaje

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Pese a su mala prensa, conviene decir que el eucalipto es un árbol magnífico, al menos allá, en las Antípodas, donde forma verdaderos bosques primarios que, paradójicamente, están desapareciendo en sus regiones de origen.

Montón de madera de eucalipto./IGNACIO ABELLA

Hay más de 600 especies del género Eucalyptus, casi todas de Australia, Tasmania y Nueva Zelanda, adaptadas a las más diversas condiciones (al fuego, a la sequía, a suelos y climas diferentes…). En ese contexto, los eucaliptos tienen una importancia crucial, no solo por las inmensas extensiones que ocupan, sino por la íntima adaptación de estos árboles a sus ecosistemas, siendo las flores principal fuente de néctar para toda clase de fecundadores, mientras las hojas sirven de alimento a más de veinte especies de marsupiales, entre ellos el oppossum y el koala.

Los eucaliptos son también protagonistas en el paisaje austral por su tamaño y longevidad. En 1872 se taló en la región australiana de Gippsland un ejemplar de más de 130 metros, lo que constituiría, de ser exacta esta medida, todo un récord de altura. Es también memorable la llegada del Hobart a Londres en 1851. Se trataba de un navío construido enteramente en madera de eucalipto que llevaba un tablón del mismo material de ¡47 metros de longitud y tres y medio de anchura!, destinado a la Exposición Universal. Desgraciadamente, la era de aquellos aborígenes gigantescos pertenece al pasado. Los viejos bosques han sido talados y, paradójicamente, hoy se cultiva por doquier hasta constituir la especie arbórea más extendida del planeta. Una verdadera pandemia si tenemos en cuenta sus desastrosos efectos sobre los paisajes en los que se introduce.

Grandes multinacionales imponen el monocultivo, a menudo con la connivencia de los gobiernos de turno, y han emprendido campañas publicitarias muy agresivas

¿Eucaliptos? No, gracias

Desconocido en la península Ibérica y en toda Europa hasta la segunda mitad del siglo XIX, comenzó a importarse como novedad y a usarse más tarde para desecar pantanos y sanear marismas. Pero por su asombrosa rapidez de crecimiento se ha ido introduciendo en repoblaciones de muchas regiones del planeta. En España las especies más comunes son Eucalyptus globulus, presente en gran parte del litoral cantábrico, y Eucalyptus camaldulensis, más común en las repoblaciones del suroeste. Su facilidad de cultivo permite cosecharlo en turnos de 10 a 15 años y vuelve a rebrotar sin necesidad de replantarlo.

Para unos pocos, terratenientes o especuladores, su cultivo es un fabuloso negocio que proporciona grandes beneficios a corto plazo, principalmente convirtiendo la madera en celulosa o en energía para las centrales de biomasa (también sirve para entibado de minas, parquets y otros usos). Grandes multinacionales imponen el monocultivo, a menudo con la connivencia de los gobiernos de turno, y han emprendido campañas publicitarias muy agresivas, justificando la implantación de este árbol y tergiversando la repercusión sobre el entorno local y global. Se presentan investigaciones e informes con conclusiones a la carta para avalar los benéficos efectos de esta especie. Sostienen por ejemplo que es muy eficiente en la captura del CO2 y, por tanto, en la lucha contra el cambio climático.

La realidad es que su eficacia en este sentido es nula y prácticamente todo el carbono atrapado vuelve a liberarse de forma rapidísima a la atmósfera, mientras que los bosques autóctonos que desplaza sí hubieran sido muy útiles en este sentido. Se asegura también que crea puestos de trabajo, pero no se habla de los que destruye, al desintegrar la trama social y cultural de los paisajes.

El interés de las empresas es claro. Propugnan la plantación de grandes extensiones para obtener su materia prima al menor coste posible. En la perversa lógica especulativa, el razonamiento es impecable. Cuando los vaivenes del mercado lo aconsejen, irán a invertir en otro lado. Muchos terratenientes han optado por el eucalipto para obtener beneficios fáciles en una economía rural amenazada por el abandono y el declive de los antiguos sistemas. Pero el precio es demasiado alto. La salvaje invasión de los eucaliptales ha tenido un efecto letal para los ganaderos y campesinos que han visto cómo la voracidad de estos nuevos vecinos, que sobrepasan en unos pocos años los 20 metros de altura, secaba las fuentes, empobrecía prados y tierras de labor aledaños y sumía en permanente sombra incluso las casas de los pueblos. Sus secuelas son por otra parte fatales al suplantar las especies y usos tradicionales y atentar contra la biodiversidad y el propio futuro de los paisajes y las comunidades que los habitan.

El eucaliptal se ha convertido así en la antítesis del bosque. Y lo que es peor, una vez plantado, resulta muy difícil y costoso erradicarlo para reconvertir el terreno a otro cultivo o actividad. Francis Hallé, experto en bosques primarios, lleva décadas alertando de las consecuencias del cultivo generalizado de estas especies: “La mundialización de los árboles está en marcha –dice este botánico–, pero he aquí que favorece sobre todo a los industriales de los países ricos; en cuanto a la gente de los países pobres, sus árboles favoritos son especies humildes que no interesan a los financieros ni a los tecnócratas”.

España y Portugal, Estados Unidos, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, la India, China, Etiopía… son algunos de los países más afectados por este monocultivo. El problema se agudiza en las comunidades más arraigadas, como los mapuches, que ven sus paisajes y territorios ancestrales invadidos por empresas sin escrúpulos que aniquilan su economía, su cultura y su identidad. Su oposición es reprimida de forma implacable.

¿Futuro? 

Los paisanos y especialmente las administraciones deben pensar que llega un momento en el que las cuentas no salen (véase lo que sucedió con el ladrillo). Porque cae la demanda de papel, porque se ha saturado el mercado, porque otros países venden a precios más competitivos, etc. Es entonces cuando se descubre que la reconversión de las plantaciones es muy cara y difícil y el eucalipto se revela como un verdadero lastre para el futuro de una región que no puede disponer de los terrenos ocupados.

El alto riesgo de incendio del eucaliptal y su facilidad para asilvestrarse e invadir de forma natural otros terrenos constituyen problemas añadidos. Gobiernos y compañías juegan al margen de los intereses de los pueblos y sus territorios, empobreciendo de forma casi irreversible suelos, paisajes y personas. Frente al secuestro del futuro que representa el eucalipto, debemos encontrar la forma de reconvertir estas plantaciones y utilizar alternativas autóctonas como el abedul. Su rendimiento no es tan grande, pero sus beneficios a otros niveles compensan su uso. Paisanos y ciudadanos podemos reducir el consumo de papel, reciclar y, cuando es posible, trabajar activamente en la divulgación y denuncia de estos falsos bosques.

Legendaria

Los aborígenes australianos conocen desde tiempo inmemorial las virtudes infinitas de los eucaliptos. Con fines medicinales se usan aún hoy día, por sus propiedades antisépticas y aromáticas y se hacen vahos con sus hojas para abrir las vías respiratorias. De algunas especies se extraía asimismo una bebida azucarada. Árbol y paisaje formaban un todo en las culturas tradicionales y, por ello, en los cuentos australes, el eucalipto tuvo un papel primordial. 

Cuenta una leyenda australiana que al principio del mundo, durante la remota Era del Sueño, la tribu que habitaba la isla de Melville, en el Norte de Australia, perdió a su jefe, Purukupali. Después de su entierro, se organizó un gran desafío: el que fuera capaz de arrojar más lejos su lanza sería el nuevo jefe. Aquel día, todas las lanzas que se hincaron en el suelo enraizaron convirtiéndose en los primeros eucaliptos. Las de Pipinyawari, que volaron más lejos que las demás, fueron los eucaliptos mayores. Pero Pipinyawari había hecho tal esfuerzo que las vértebras salieron de su espalda. Entonces, incapaz de asumir su papel de nuevo jefe, se tiró al agua y se convirtió en un queenfish, pez que se caracteriza por sus grandes aletas dorsales.