Fritjof Capra: “Leonardo fue el primer pensador ecológico”

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Entrevista al físico Fritjof Capra, que acaba de publicar Aprendiendo de Leonardo.

Sostiene que el autor de la Gioconda fue en realidad el primer “pensador orgánico y ecológico del mundo”… hace 500 años.

Foto: Manuel Vílchez

Todos los caminos llevan últimamente a Mallorca. Allí coincidimos con Fritjof Capra, visitante habitual de la isla desde hace tres años, fiel a los encuentros anuales de “Educar para la Vida”. A Pollença llegó el físico de 74 años –de origen austriaco y afincado en California- con nuevo libro bajo el brazo: Aprendiendo de Leonardo, en donde sostiene que el autor de la Gioconda fue en realidad el primer “pensador orgánico y ecológico del mundo”… hace 500 años.

Hablaremos de todo lo que se puede aprender de Da Vinci, reinterpretado para el siglo XXI, pero también haremos un repaso a sus cuatro décadas como científico contra la corriente, de El tao de la física a Las conexiones ocultas, pasando por La trama de la vida y otros títulos que le afianzaron como el pensador “sistémico” por excelencia. Todo ello sin renunciar a su labor como activista del medio ambiente, cofundador del Center for Ecoliteracy en Berkeley y conferenciante habitual en los encuentros de Bioneers, donde últimamente ha impulsado algo así como el “tao” de la economía: del crecimiento cuantitativo al crecimiento “cualitativo”.

¿Qué nos queda por descubrir a estas alturas de Leonardo?
Uf, nos queda aún mucho... Digamos que Leonardo tuvo la primera visión orgánica y ecológica del mundo hace 500 años. Y eso lo estamos descubriendo en el siglo XXI. Yo creo que hasta ahora teníamos una visión distorsionada de la ciencia de Leonardo, casi siempre examinada con las lentes de Newton o de Galileo, que vinieron un siglo después de él. A los dos les supera con su visión holística del mundo, más parecida a la que empieza a emerger precisamente ahora. Creáme, yo llevo treinta años estudiando a Leonardo, más de una década indagando en sus manuscritos en “toscano”, y cada vez me maravillo más y encuentro algo insospechado y nuevo. Del Leonardo artístico se sabe ya mucho, pero del Leonardo científico se sabe menos. No hemos explorado lo suficiente.

¿Y no corremos tal vez el riesgo de distorsionar al auténtico Leonardo con nuestra propia visión del mundo?
Yo pienso que hay un Leonardo para cada época y para cada siglo. Es el valor que tienen los grandes pensadores y los grandes científicos. Sus aportaciones a la humanidad trascienden a su época y se reinterpretan, a la luz de los nuevos conocimientos. En este sentido, Leonardo era y sigue siendo un auténtico avanzado a su tiempo. Seguramente dentro de un siglo aprenderemos nuevas lecciones de él.

Leonardo es un precursor de la ciencia de la vida, su objetivo fue entender la naturaleza 

¿Es Leonardo el auténtico precursor de la ciencia moderna? ¿En qué sentido se desmarca de Galileo y Newton?
Leonardo fue efectivamente el primer científico moderno. En pleno Renacimiento, rompe con la tradición escolástica y reivindica el método empírico, el valor de la experiencia y de la observación de la naturaleza como vía de conocimiento. Pero su ciencia es muy distinta a la visión lineal y mecanicista que luego formularían Galileo, Newton o Descartes, y que por desgracia es la que ha predominado durante los últimos cinco siglos. Para Leonardo, el todo es algo más que la suma de la partes. Él busca afanosamente los patrones, las pautas y las formas que se repiten en la naturaleza. Y descubre que todo está interconectado, que lo importante no es la materia sino las relaciones. Es sin duda el primer pensador “sistémico”. A los que dividen el mundo en partes o en bloques, a los “reduccionistas” de su tiempo, les llamaba incluso con desdén “abreviadores”.

¿Viviríamos en un mundo muy distinto si se hubiera impuesto la visión científica de Leonardo?
Eso mismo me pregunto muchas veces. Por desgracia, su obra científica no trascendió porque él mismo mantuvo ese aura de misterio en todo lo que hacía y nunca vio en la ciencia esa dimensión colectiva que sí tenía el arte. Sus legajos estuvieron cubriéndose de polvo durante mucho tiempo, aunque esa visión orgánica que él ya tenía ha ido emergiendo como una corriente subterránea en la ciencia en todos estos siglos. Pero la corriente principal ha sido siempre la visión mecanicista, lineal y antropocéntrica.

¿Cómo surgió su interés por Da Vinci?
Leonardo me ha estado rondando desde que inicié el camino de la ciencia. A lo largo más de 30 años lo estudié a distancia, hasta que decidí explorar directamente sus manuscritos, aprovechando que hablo italiano y que puedo entender hasta el 80% del “toscano” en el que escribe Leonardo. Pero el momento “eureka”, por así decirlo, fue a mediados de los noventa, en una exposición de sus dibujos en la Queens Gallery del Palacio de Buckingham en Londres.

Tras bucear en los escritos y dibujos de Leonardo, he descubierto en él una gran conciencia ecológica, incluso se hizo vegetariano

¿Qué fue lo que vio?
Tanto como su capacidad de observación y la calidad de sus dibujos, me asombró su empeño en poner frente a frente la anatomía y la arquitectura, la física y la mecánica… Lo suyo fue un estudio sistemático de las forma vivas y las no vivas, para encontrar patrones y semejanzas. Él mismo hablaba de esas analogías en fragmentos bellísimos, como el que compara la Tierra con el cuerpo humano: el agua es la sangre, la carne es la tierra, los huesos son los estratos de las rocas, y hasta la subida y la bajada de las mareas se corresponde con el pulso del corazón… Leonardo investiga siempre en campos paralelos y esa busca queda muy patente en sus dibujos. Al fin y al cabo, era pintor y pensaba de un modo muy visual. Era también una manera muy “moderna” de pensar, incluso revolucionaria para su tiempo. Como buen hombre del Renacimiento, es el primer pensador “interdisciplinar”. Pero su legado va mucho más allá, por eso después de la introducción que fue La ciencia de Leonardo, he decidido dedicarle otro libro de 400 páginas para “aprender” con él sobre la dinámica de fluidos, sobre el vuelo de las aves, sobre la anatomía del cuerpo humano, sobre la geología y la botánica…

¿Cuál es en todo caso su lección primordial?
En todos los campos, su objetivo fue fundamentalmente uno: entender la naturaleza. En este sentido, Leonardo es un precursor de la ciencia de la vida. Aunque todos sabemos que era un genio de la mecánica, su auténtico valor está precisamente en apreciar el mundo como un ser vivo, y no como una máquina. Su visión es mucho más avanzada que el pensamiento mecanicista que se acabaría imponiéndose con el tiempo. Tras bucear en sus escritos y en sus dibujos, he descubierto en él una gran conciencia ecológica. Sabemos que se hizo vegetariano, sabemos que compraba pájaros para liberarlos de las jaulas (y observar de paso su vuelo). Podemos decir que Leonardo fue el primer “ecodiseñador”. En su época no había diseñadores, sino inventores, pero él rompió moldes hasta en eso. Su modelo fue siempre la naturaleza, y sentía una profunda admiración y reverencia por ella. Si podemos extraer una lección primordial es ésa: la sabiduría está en la naturaleza. Hoy existe todo un campo, la biomímesis, que estudia la naturaleza como fuente de inspiración para nuevas tecnologías. Eso es lo que hizo en su día Leonardo.

¿Y cómo entroncan las “lecciones” de Da Vinci con su propia búsqueda como científico y como pensador, a partir de El Tao de la física?
Es curioso, porque Leonardo ya estaba en mi primer manuscrito, que era un libro de divulgación científica sobre la física de la partículas. Abandoné ese proyecto para escribir El Tao de la física, en donde reclamaba un cambio fundamental de percepción en el campo al que he dedicado gran parte de mi vida.

El Tao de la física se convirtió en un “clásico” de los años setenta y sigue circulando de mano en mano. ¿Cómo se lo explica?
Fue un sorpresa para mí desde el principio. Creo que su publicación coincidió con un cambio de percepción en el concepto de la física moderna, que es lo que yo reivindicaba en ese libro hace casi cuarenta años. De ver el mundo como una máquina, hemos pasado a ver el mundo como una compleja red. No hay sustancia material ni bloques sólidos, esos son conceptos newtonianos. Lo que tenemos es una red de relaciones entre procesos, una interacción fundamental que ocurre constantemente a todos los niveles, hasta en los más elementales.

Un sistema vivo es mucho más que la suma de sus partes, es ante todo la “relación” que se establece entre sus partes

En La trama de la vida y en las Conexiones ocultas usted habla incluso de un “nuevo entendimiento de los sistemas vivos”. ¿Podría explicarlo?
Un sistema vivo es mucho más que la suma de sus partes. Es ante todo la “relación” que se establece entre sus partes. Admitir esta complejidad nos lleva a cambiar radicalmente de aproximación en eso que llamamos las “ciencias de la vida”. La clave está en las interconexiones y en los procesos. El cambio de paradigma se está produciendo no sólo en la física, sino en otras ciencias como la ecología, la biología o la medicina, aunque es más lento en campos como la economía, que debería dejar atrás esa visión tecnicista y mecanicista del mundo para reconocer que todo está interconectado.

¿Cómo podemos aplicar sus teorías a la economía?
La crisis económica no se resuelve con esta obsesión por el crecimiento económico, dejando de lado problemas como la desigualdad económica o la pobreza. La economía tiene que reconocer tarde o temprano que no se puede crecer indefinidamente en un mundo finito. Tenemos que pasar en cualquier caso de un crecimiento “cuantitativo”, que es el que se mide ahora, a un crecimiento “cualitativo”. Yo propongo dejar atrás el mal crecimiento basado en la producción ineficiente, en los combustibles fósiles y en la destrucción de los ecosistemas, por un buen crecimiento que use recursos renovables, que fortalezca a las comunidades locales y restaure los ecosistemas.

Pero el PIB sigue siendo la obsesión compartida de los economistas y los políticos…
Lamentablemente, el PIB se ha impuesto como el pensamiento único. Pocos recuerdan a estas alturas que incluso su creador, Simon Kuznets, advirtió que un sistema unidimensional y métrico no podía ser usado como índice de progreso social. Pero eso es lo que siguen haciendo los economistas, los políticos y los medios. El error se ha propagado a lo largo de décadas y aquí estamos, usando como baremo un sistema que no tiene en cuenta los costes sociales y las actividades no monetarias, y que incluye incluso como un valor económico la destrucción de la naturaleza, la contribución al cambio climático o el aumento de la población reclusa.

Yo propongo dejar atrás el mal crecimiento basado en la producción ineficiente, en los combustibles fósiles y en la destrucción de los ecosistemas, por un buen crecimiento que use recursos renovables, que fortalezca a las comunidades locales y restaure los ecosistemas

¿Y el decrecimiento?
Con todos mis respetos a las teorías de Serge Latouche, el decrecimiento no es la respuesta. El crecimiento es una característica principal de la vida. Una sociedad o una economía que no crece de algún modo acaba muriendo tarde o temprano. El crecimiento en la naturaleza no es, sin embargo, algo lineal o ilimitado como el que defienden con tanto entusiasmo los economistas y los políticos. El único crecimiento ilimitado es en cualquier caso el del cáncer, que acaba matando a los organismos. Ahí tenemos el más claro ejemplo de mal crecimiento… No podemos seguir creciendo de un modo infinito en un planeta finito.

¿Cómo se puede crecer pues de un modo sostenible?
El buen crecimiento es cíclico y permite que los ecosistemas se renueven. Mientras unas partes crecen, otras declinan o liberan sus componentes de manera que puedan ser reciclados y sirvan de base para un nuevo crecimiento. Este es el sistema que debería aplicar la economía, aplicando la lección de los ecosistemas: un crecimiento complejo y con muchas facetas, que reconozca además la profunda interdependencia de todas las partes. No podrá haber equilibrio financiero si tenemos altas tasas la desigualdad económica o un deterioro ecológico como el que permitimos ahora. Ese tipo de crecimiento es insostenible.

En otra de sus obras, El Punto Crucial, usted pronosticaba que el cambio de conciencia estaba a la vuelta de la esquina. Al cabo de 30 años seguimos sin embargo donde estábamos, atrapados además en la mayor crisis de los últimos ochenta años…
Pequé de optimista en su día. Estábamos a finales de los ochenta, cayó el muro de Berlín, emergió un líder como Mandela. Creía sinceramente que el cambio era posible. Pero no predije lo que ocurriría en los años noventa, que fue la revolución de las tecnologías de la información. Eso sirvió para alumbrar una nueva forma de capitalismo, si acaso más materialista: un paso atrás. Pero a la larga está sirviendo también para crear redes cada vez más tupidas en la sociedad cívica. Y es cierto, volvemos a estar en otro “punto crucial”. Creo que la ocasión de cambio es mayor ahora porque estamos mejor organizados.

Como físico experto en energía, ¿cuál es su opinión sobre la energía nuclear?
Hace unos años publiqué un manifiesto, “Ocho verdades incómodas de la energía nuclear”, y a él me remito. No es cierto que sea una energía “limpia”, pues a lo largo del ciclo se producen casi tantas emisiones como en la energía covencional. El uranio es una fuente finita, y si intentáramos cubrir con ella las necesidades energéticas de todo el planeta no tendríamos ni para diez años. Para suplantar a las energías fósiles, necesitaríamos abrir una nueva planta cada semana durante los próximos años; teniendo en cuenta que se tardan de ocho a diez años en construir un reactor, eso sería impracticable. Podemos añadir los problemas de seguridad en una época de clima extremo, como hemos visto en Fukushima. O la íntima relación entre la industria nuclear y la industria bélica, lo cual crea severos problemas, como hemos visto en Irán.

¿No le preocupa una posible marcha atrás en el avance hacia las renovables?
En el 2008, antes de la crisis, se invirtió más en todo el mundo en energías renovables que en energías fósiles. La crisis puede haber ralentizado esa tendencia, pero es el único camino posible. Pero habría que acelerarlo. Estoy de acuerdo con Lester Brown y su “Plan B”: hace falta un proyecto Manhattan para dar un definitivo impulso a las renovables, que se impondrán por sí solas cuando la tecnología esté perfeccionada y bajen los costes. El papel de los Gobiernos es sin embargo fundamental para impulsar la transición. Hay que subvencionar las energías limpias hasta que puedan competir las energías fósiles, que deberían repercutir su coste ecológico y social. Volvemos a lo de antes: tenemos que dejar atrás el crecimiento cuantitativo y apostar por el crecimiento “cualitativo”, que pasa precisamente por la activación de todos los sectores que contribuyen a la sostenibilidad.