Somos lo que desechamos

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Reducir, reusar y reciclar debiera ser el objetivo de todos, como ya lo es de un buen número de ciudadanos y de activistas que han emprendido el camino hacia los ‘cero residuos’.

Annie Leonard en el Centro Ecológico de Berkeley. / ISAAC HERNÁNDEZ

Annie Leonard tiene un vicio más bien sucio, pero absolutamente confesable: hurgar en los cubos de la basura... “Es una de mis actividades favoritas cuando viajo. Me gusta ver lo que tira la gente: no conozco una manera mejor de conocer una familia, una comunidad, un país... Deberíamos mirar más en nuestros propios cubos, y darnos cuenta de que muy poco de lo que tiramos es realmente desechable.”

Sigamos, pues, el consejo de la sagaz directora y autora de La historia de las cosas (que ahora nos llega en forma de libro, editado por el Fondo de Cultura Económica) y hagamos un sano ejercicio de autocrítica. O contratemos por un par de horas a un auditor casero de basura como los que ya existen en Estados Unidos.

Más información en la red


En la web de The Story of Stuff Project http://www.storyofstuff.org, aparte de todo tipo de información sobre el proyecto, se pueden ver y descargar los documentales dirigidos por Annie Leonard de la serie “La historia de las cosas”. El proyecto tiene una página muy activa en Facebook http://www.facebook.com/storyofstuff y también cuenta en Twitter http://twitter.com/storyofstuff.

Tengamos en cualquier caso el valor de mirarnos al espejo de todo lo que desechamos a diario: mondas de fruta y verdura, restos de comida cocinada, envases de plástico, servilletas de papel, trapos sucios...

Nos esforzamos en reciclar, pero no es suficiente. El cubo se llena sin remedio. Unas veces por desidia, otras por comodidad. Probamos con la compostera, pero es difícil mantener a raya los olores. Lo del papel y el vidrio lo tenemos solucionado. Nos esforzamos en separar todo lo que podemos, aunque la bolsa se llena inevitablemente. Seis kilos de basura doméstica por una familia media de cuatro personas. Unos 575 kilos al año por cabeza si vivimos en España, 760 si estamos en Estados Unidos...

“Y, aun así, hay una verdad fundamental que vale en todo el planeta”, seguimos con Annie Leonard. “Lo que llamamos desechos son sobre todo recursos. Así, revueltos, no sirven para nada. Acabamos enterrándolos en un vertedero o, lo que es peor, quemándolos en una incineradora. Si los separamos, podremos volver a usarlos como papel, como metal, como vidrio, como compost para fertilizar la tierra. Por eso es tan importante conocer nuestra basura y meter la mano en ella para ver cuánto podemos reutilizar. ¡Es una tarea fascinante!” 

A sus 46 años y con un documental de apenas 20 minutos, Annie Leonard ha golpeado las conciencias de millones de ciudadanos en todo el planeta. La historia de las cosas es un auténtico viaje al fondo de la Tierra (y a todo lo que los humanos estamos haciendo con ella), de la mano de esta infatigable activista y comunicadora, que se ha pasado media vida buceando en el cuarto trastero de la sociedad de consumo.

“Soy ambivalente sobre el reciclaje. Lo amo y lo odio... Si reciclamos, quiere decir que tiramos menos cosas y que usamos menos cosas. Pero el problema está cuando la gente piensa que reciclar es la solución. Y no es así: reciclar es el último recurso. Tenemos que respetar el mantra por riguroso orden: reducir, reusar, reciclar.” 

Aunque ya de pequeña se preguntaba por esa invisible conexión entre la de-saparición del bosque y la expansión de los centros comerciales en su Seattle natal, su verdadera iluminación ocurrió en el vertedero de Fresh Kills, que durante medio siglo digirió más de 11.000 toneladas diarias de basura en Nueva York. 

“Cuando lo cerraron en el 2001, la montaña de desechos era 25 veces más alta que la estatua de la Libertad”, recuerda Annie. “Aquella visión impactante me dio mucho que pensar. ¿Quién puede haber concebido este sistema tan monstruoso? ¿Cómo permitimos que esto siga ocurriendo? Yo misma no acababa de entenderlo: tardé veinte años en hacer la conexión.”

Su experiencia en Bangladesh, India y Haití fue vital para acabar de atar los cabos sueltos del sistema. Annie Leonard se remonta a los estragos de la extracción: de las deforestaciones masivas en el Amazonas o en Indonesia a la decapitación de las montañas Apalaches o las arenas de alquitrán de Alberta. Como ocurre con los desechos, el sistema tiene la virtud de esconder las consecuencias de lo que consumimos desde el lugar de origen, casi siempre remoto, casi siempre a expensas de la explotación laboral, la corrupción política y el deterioro ecológico.

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El segundo capítulo, la producción, nos toca más de cerca... “Por mucho que nos esforcemos en menguar el cubo de la basura, la mayor cantidad de desechos es la que produce la industria. Y ahí es donde la presión social y la acción política son fundamentales. Necesitamos leyes de responsabilidad productiva en todo el planeta: el 80% del impacto de un producto se decide en la fase de diseño.”

La distribución es el tercer engranaje del sistema, y Annie Leonard nos recuerda como Walmart, la mayor cadena de supermercados del mundo, tiene un sistema informático de transporte y localización de sus mercancías que rivaliza con el del mismísimo Pentágono: “El movimiento de la relocalización ha empezado con los alimentos, pero se está extendiendo a otros campos, desde la extracción de recursos a la energía, como ocurre con el movimiento de Ciudades en Transición”.

Llegamos de esta manera al cuarto piso de la pirámide, acaso el más importante, el que da sentido al sistema: el consumo. “No me gusta que me llamen anticonsumista”, puntualiza la autora de La historia de las cosas, “pero sí quiero denunciar los efectos del hiperconsumismo, que se produce cuando tomamos más recursos de los que necesitamos y que el planeta puede sostener.”

“Con el 5% de la población, Estados Unidos consume el 30% de los recursos y es responsable del 30% de los residuos”, certifica Leonard, que posa para las fotos junto a las botellas de plástico compactadas por el Centro Ecológico de Berkeley, su pueblo adoptivo... “No hace falta ser un genio de las matemáticas para darse cuenta de que harían falta de tres a cinco planetas si los 6.800 millones de habitantes de la Tierra imitaran las pautas de consumo del sueño americano”.

Conclusión: hace falta un nuevo paradigma (o un nuevo planeta), y en eso estamos: “La gente está cambiando su relación con las cosas. Ya no hace falta poseerlas y acumularlas, sino simplemente tener acceso a ellas: compartiéndolas, reusándolas, intercambiándolas, prolongando su uso para que no acaben en un vertedero... Y creando de paso comunidad.” 

Consumo colaborativo

A la chita callando, y aprovechando el tirón hacia abajo de la crisis económica, el hiperconsumismo está dejando paso a la era del consumo colaborativo. O al menos eso es lo que sostienen Rachel Botsman y Roo Rogers, autores de What’s Mine is Yours (Lo que es mío es tuyo). “La obsesión por consumir y gastar dejará paso al redescubrimiento de los bienes colectivos”, vaticinan Bostman y Rogers. “Los retos económicos forzarán la creación de un sistema sostenible para servir las necesidades humanas, basado tanto en los viejos principios del mercado como en la conducta colaborativa.”

Deron Beal ha llevado todo eso a la práctica con el mayor grupo de trueque en el mundo, Freecycle: más de siete millones de usuarios repartidos por 85 países y ramificados en 5.000 grupos de intercambio locales. “Todos los días reusamos el equivalente a 700 toneladas de materiales”, se jacta Deal. “Más o menos la carga diaria que recibe una vertedero de tamaño medio.” 

Freecycle nació de la manera más insospechada en el 2003 como un simple grupo de Yahoo, con una veintena de miembros interesados en intercambiar objetos gratuitamente. La primera posesión que cambió de manos on line fue precisamente el colchón de soltero de Deron Beal, que acabó haciéndose sin desembolso alguno con el viejo sofá que aún cumple su función en pleno desierto de Arizona.

Desde Tucson, y a la velocidad del rayo, los freecicladores se fueron propagando hasta llegar al millón en apenas un año. A este lado del Atlántico, calaron sobre todo en el Reino Unido. En España existen ya una veintena de grupos, desde Madrid (con 2.117 miembros) a Icod de los Vinos, en Santa Cruz de Tenerife (51 miembros). En el grupo Barcelona (963 miembros) se ofrecían estos días un cochecito de bebé, un somier, una bici estática o cuatro sillas de oficinas de Ikea; se buscaban entre tanto un kimono de aikido, una máquina de coser, un banjo y varios teléfonos móviles con cargadores.

“La gente intercambia sobre todo muebles y objetos domésticos, pero cada vez hay más aparatos electrónicos, con lo que también contribuimos a paliar el problema del e-waste”, señala Beal. “Y hay usuarios de todas las edades, desde el anciano de 92 años que coleccionaba piezas de bicicleta para luego fabricarlas él mismo, al niño que decidió crear un orfanato para hámsters abandonados”.

“La basura de unos es el tesoro de otros.” El viejo lema cobra una nueva dimensión en la era de internet. Freecycle tiene además la virtud de crear lazos materiales entre la comunidad virtual: “La sensación de desprenderte de algo que puede serle útil a otra persona es algo muy gratificante y casi olvidado en esta sociedad de usar y tirar que hemos creado. Y para los niños es un juego con el que aprender a reusar, compartir y apreciar el valor de las cosas”.

El siguiente paso de Freecycle es extender sus redes por los países en desarrollo haciendo accesible el contacto y el listado de los grupos locales por teléfono móvil. “El trueque es un valor universal que subsiste en prácticamente todas las culturas”, apunta Deron Beal. “La tecnología puede no sólo contribuir a reforzar los lazos sociales, sino mitigar el deterioro del medio ambiente.”

Cero Residuos

En Boulder (Colorado), a los pies de las Montañas Rocosas, los propios vecinos pasaron a la acción contra el derroche de los recursos y pusieron en marcha en 1976 uno de los programas pioneros de reciclaje en Estados Unidos: Eco-Cycle. Eric Lombardi, visionario de los desechos, tomó el mando de este centro innovador en el que trabajan 60 personas capaces de procesar hasta 40.000 toneladas de residuos al año.

El último apéndice del centro es el departamento de materiales difíciles de reciclar (de zapatillas deportivas a viejos aparatos de vídeo y faxes), con el objetivo de ampliar cada vez más el espectro. Aunque la auténtica meta de Lombardi es la de residuos cero: reaprovechamiento total.

“Llegar a residuos cero no es una utopía, sino un imperativo en la era del cambio climático”, sostiene Lombardi. “Los vertederos urbanos producen grandes cantidades de metano, que es un gas invernadero 72 veces más potente que el CO2. Una gran ciudad como San Francisco se ha propuesto esa meta para el 2020, pero el objetivo es mucho más asequible para ciudades pequeñas como Boulder.”

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Lombardi ha diseñado su Parque de Residuos Cero con capacidad para reciclar o reaprovechar todos los desechos generados en una ciudad de 300.000 habitantes, incluida una planta de compostaje para los residuos orgánicos, un centro para el reuso, otro para la recuperación de nutrientes tecnológicos, otro para reciclables difíciles y una última instalación para procesar los residuos finales.

“Se trata de una alternativa sensata a las incineradoras y a los vertederos”, asegura Lombardi. “No podemos seguir llamando basura a lo que no lo es. Hay que separarla en tres cubos: reciclables, compostables y residuos. Todas las tecnologías que propongo en mi parque de residuos cero son simples, de baja tecnología y están suficientemente probadas. Y lo que es mejor, es una opción tan ecológica como rentable”.

“Si no hacemos pronto la conexión entre nuestra economía y nuestro medio ambiente (que produce todos los recursos para fabricar nuestros productos), el planeta se encargará de hacerlo por nosotros”, vaticina Elizabeth Royte, autora de Garbage Land. Desde que cerró Fresh Kills, el megavertedero que despertó la conciencia ecológica de Annie Leonard, Nueva York exporta toda su basura diaria, a un altísimo precio...

“Todos deberíamos hacer el esfuerzo por visualizar el impacto de lo que desechamos”, sugiere Elizabeth Royte. “La visita al vertedero tendría que ser obligatoria en las escuelas para que los niños aprendan pronto la lección: la basura no desaparece mágicamente, sino que se acumula o se quema, que es aún peor. Hay que verla y olerla para hacer la conexión.”

Royte decidió no sólo investigar su propia basura, sino seguirle la pista con vocación de periodista de investigación o detective. El MIT de Massachusetts, por cierto, ha puesto en marcha un proyecto, bautizado como Trash Tack, para seguir electrónicamente la pista a la basura y conocer el auténtico impacto de todo los que desechamos.

“Nada hay tan personal y local como nuestra propia basura, y sin embargo nada tiene posiblemente un mayor impacto global”, asegura Royte, que se pregunta qué pensarán los arqueólogos en trescientos años cuando descubran la insospechada vuelta al mundo no sólo de las materias primas, también de los residuos. Royte se siente deudora del arqueólogo de la basura, William Rathje, que en 1973 lanzó el Garbage Project, con la intención de reconstruir la vida y milagros de los habitantes de Tucson a partir de lo encontrado en sus cubos... “Hurgar en nuestra propia basura es la última experiencia zen de nuestra sociedad”, escribía Rathje. “No sólo puedes verla, olerla y registrarla, sino que puedes llegar a una intimidad táctil con ella. De una manera o de otra, todo el mundo debería rebuscar en las inmundicias.”

Christine Datz-Romero, nacida en Alemania y afincada en Nueva York, no tiene ningún reparo en tocar la basura ajena, sobre todo si es orgánica. Cuatro veces a la semana, la furgoneta del Lower East Side Ecology Center (LESEC) despliega su carga de cubos en el mercado de Granjeros de Union Square, a donde los vecinos del Bajo Manhattan llegan con sus mondas de verduras, sus restos de arroz, pan o pasta o los posos del café, que también son compostables.

“Si todo esto lo sacara un camión fuera de la ciudad, estaría llevándose sobre todo agua y nutrientes para la tierra”, apunta Christine. “¡Qué cosa más absurda! Quemar gasolina, recorrer cientos de millas, para transportar agua pesada a un lugar lejano. Por eso es tan importante dar una solución local al tema de los residuos”.

Alimentar a los gusanos

Los dos centros de recogida del LESEC (el otro está en la calle siete) procesan todos los años 200 toneladas de basura orgánica. Los jardines comunitarios y las universidades se han apuntado al compostaje, pero el Ayuntamiento de Nueva York no acaba de subirse al carro, aunque más del 25% de los desechos diarios son perfectamente compostables. En San Francisco, la ciudad que presume de reciclar o reaprovechar el 75% de sus residuos, la recogida selectiva la realiza el propio camión de la basura.

“En Nueva York, con la altísima densidad y la gente viviendo en apartamentos pequeños y de gran altura, es difícil compostar en casa”, reconoce Christine Datz-Romero. “La solución debería ser buscar barrio a barrio. Pero haría falta un esfuerzo mucho mayor: nosotros llegamos de momento a 1.500 familias. Nos financiamos básicamente con donaciones y con el dinero que conseguimos con las bolsas de tierra abonada.”

“Alimenta a los gusanos”... El reclamo es irresistible en el puesto de Union Square, donde más de 500 personas vierten cada sábado sus desechos. Para Christine, el compost es principio y fin: “Nada representa mejor el ciclo de la vida en la tierra. Las hojas caen, se degradan en la tierra, la abonan para la primavera. Con el alimento pasa lo mismo: si sabemos ponerlo de vuelta a la tierra, garantizará el crecimiento de la próxima cosecha. Estamos usando los recursos y poniéndolos en su lugar para que el ciclo continúe. En la naturaleza no existe lo que nosotros llamamos desperdicios”.

 

Sobre el autor
Carlos Fresneda lleva media vida de corresponsal para el diario El Mundo en Italia, Estados Unidos y Gran Bretaña. En El Correo del Sol nos cuenta todo lo que se cuece en la trastienda de la actualidad diaria. Ha publicado un libro, La Vida Simple (Ed. Planeta).
Todos sus artículos en El Correo del Sol 
Blog de Carlos Fresneda: La Realidad Paralela
Blog con Manolo Vílchez: Yo cambio

 

 

 

 

 

 

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