Tony Juniper: 'La ecología no es un lujo, sino una necesidad vital'

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Entrevista al asesor ecológico del Príncipe Carlos y profesor de sostenibilidad en la Universidad de Cambridge, además de  ex director de Amigos de la Tierra.

Su último libro se titula ¿Qué ha hecho la naturaleza por nosotros?, donde valora todos los “servicios naturales” para que entendamos la importancia de la naturaleza.

Foto: Carlos Fresneda

Todos sabemos que la naturaleza tiene un valor “incalculable”. Pero hasta que no le pongamos números, hasta que no entremos de alguna manera en el engranaje de la economía, la destrucción va seguir como hasta ahora y la ecología va a quedar relegada a los márgenes…

Al menos eso es lo que piensa Tony Juniper, ex director de Amigos de la Tierra, asesor ecológico del Príncipe Carlos y profesor de sostenibilidad en la Universidad de Cambridge. Su último del libro, ¿Qué ha hecho la naturaleza por nosotros?, ha abierto la caja de Pandora y ha provocado un intenso debate en el activismo ambiental en el Reino Unido.

Sostiene Juniper -ornitólogo de vocación, pragmático por convicción- que la ecología tiene que “ganar necesariamente el argumento económico” para seguir siendo relevante en tiempos de crisis. De ahí su empeño en ponerle un valor a todos los “servicios naturales”, que superarían con creces el Producto Global Bruto y llegarían a los 73 billones de euros (tirando a la baja).

Juniper vaticina el advenimiento de la Bioeconomía y la fusión de las dos ciencias hasta ahora irreconciliables en una, con el objetivo común de “procurar el bienestar para la mayor parte de la población en un planeta sostenible y saludable”.
 
“La ecología es un lujo que no nos podemos permitir en tiempos de crisis”… ¿Cómo responde usted a esta creencia tan arraigada en los últimos años?
Mi respuesta ha sido un libro de 300 páginas. Decidí escribir ¿Qué ha hecho la naturaleza por nosotros? precisamente como reacción a ese argumento que se lleva repitiendo hasta la saciedad en los medios desde el 2008. Y el problema es que una mentira, repetida cien veces, acaba convirtiéndose en un mito… La verdad es ésta: la ecología no es un lujo, sino un elemento vital para el funcionamiento de la economía. Y eso es algo que, afortunadamente, muchas empresas han empezado a reconocer. Ahora sólo falta que tomen nota los políticos, que siguen reincidiendo públicamente en el error. Parece increíble que muchos de ellos hayan pasado por Cambridge o por Oxford...

¿Y qué parte de culpa de este rechazo hacia lo verde la tiene el propio movimiento ecologista, incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias?
En cierto modo, los ecologistas hemos fracasado a la hora de defender nuestra postura en estos tiempos críticos. Creo que tenemos que hacer un esfuerzo mayor por ganar el argumento económico. De ahí mi empeño en poner sobre la mesa cifras y datos que demuestren todo lo que naturaleza hace gratis por nosotros: desde lo que nos dan los océanos a la captación de agua, pasando por la fotosíntesis, la polinización, la fertilidad de la tierra, el reciclaje de los residuos, la limpieza del aire y la captura de CO2, la contribución a la salud humana o la protección natural contra los desastres. Si le pusiéramos números, y tirando a la baja, estaríamos hablando de 100 billones de dólares al año (73 billones de euros), una cifra notablemente superior al Producto Global Bruto.

Si le pusiéramos números a lo que la naturaleza hace por nosotros, estaríamos hablando de 73 billones de euros al año, cifra superior al Producto Global Bruto 

Hay quienes le acusan de caer en la lógica “capitalista” por su empeño en poner un precio a todos los servicios de la naturaleza…

Entiendo ese razonamiento, y hasta cierto punto estoy de acuerdo: el valor de la naturaleza es incalculable y deberíamos apreciarla tal cual es, con toda su belleza y con todo lo que nos aporta, empezando por la vida misma. Pero ése argumento es el que hemos mantenido durante 30 años y no nos ha servido de mucho.

En su libro sostiene usted que vivimos en una “falsa economía”. ¿Nos lo explica?
La “falsedad” estriba en que estamos midiendo muchas veces como “crecimiento económico” lo que en el fondo es destrucción de los “activos naturales”. La ONU estima que los daños ecológicos causados por la actividad humana al planeta avanzan a razón de 4,8 billones de euros al año. En la última década hemos deforestado una superficie mayor a la de Alemania… Seguimos funcionando con la “lógica” de que para crear riqueza hay que destruir la naturaleza, y sólo cuando se han creado clases medias es cuando podemos empezar a pensar en los problemas ambientales. Ése es el modelo de desarrollo que hemos exportado por desgracia a China e India.

¿Y cuál es la alternativa?
Lo que necesitamos es cambiar de lógica. Tenemos que reconocer que los problemas ecológicos son en el fondo fallos económicos, y debemos actuar en consecuencia. No podemos seguir “externalizando” los costes. Reconocer el valor de los “activos naturales”, dentro de los parámetros económicos en los que nos movemos, es ya un paso adelante para frenar su destrucción.

¿Pero es posible reconciliar economía y ecología? ¿Acaso los economistas y los ecologistas no viven en dos planetas distintos?
No sólo creo que es posible la reconciliación, sino que es necesaria incluso una fusión. Creo que avanzamos hacia una bioeconomía, y que ambas ciencias trabajarán por un objetivo común, que es el bienestar de la mayoría de la población en un planeta sostenible y saludable.

Tenemos que reconocer que los problemas ecológicos son en el fondo fallos económicos, y debemos actuar en consecuencia

Pero hay quienes alegan que si “internalizamos” los costes ecológicos, se dispararían los precios de los bienes más básicos, de la energía a la comida, y todos saldríamos perdiendo…
Hay ya un buen número de empresas que han incorporado la sostenibilidad a sus valores y que siguen siendo rentables, sin que los ciudadanos tengan que pagar la factura. Se pueden encontrar las soluciones a dilemas económicos como el de la energía y los alimentos sin que tengan que ser los menos favorecidos quienes paguen las consecuencias. Tenemos que evolucionar necesariamente hacia ese otro modelo, el de la bioeconomía, que ponga en la balanza la naturaleza. Lo que no podemos seguir haciendo es subvencionar la destrucción de los recursos como hasta ahora.

Usted estuvo al frente de Amigos de la Tierra, participó luego en política con el Partido Verde y ahora alterna su labor universitaria con el asesoramiento a líderes y  empresas. ¿Cómo explica su propia evolución como ecologista?
De una manera natural… Durante un tiempo, el movimiento ecologista cumplió con su función de protección de la naturaleza. Las campañas y las protestas siguen siendo necesarias como medidas de presión, pero hay que intentar trabajar también con el sistema. De hecho, hay un buen puñado de compañías que están marcando el camino y han decidido “internalizar” los costes ecológicos. Los Gobiernos empiezan a dar los primeros pasos. Lo que ha hecho en los últimos años un país como Costa Rica, invirtiendo en la protección y recuperación de su riqueza natural, es un hecho muy destacable. Otro de los buenos ejemplos es el de Brasil, el país que más ha reducido sus emisiones desde la Cumbre de Río. Es curioso ver cómo las grandes lecciones las están dando los países en desarrollo, mientras que en el los países ricos seguimos atrapados en la inacción, agudizada en los últimos años por la crisis.

¿Y ahora que empieza a hablarse de recuperación, volverá a tenerse en cuenta la ecología?
No estoy muy seguro… Los humanos seguimos teniendo una propensión a funcionar a corto plazo, y nuestro sistema político no hace más que acentuar esa tendencia. De todos los modos, estoy convencido de que ésa va a ser la batalla de los próximos 20 años. Creo que la ecología va a ser imprescindible para encontrar las soluciones a los grandes problemas a los que nos enfrentamos, del reto de la sobrepoblación al cambio climático.

La visión del príncipe Carlos es la de un mundo sostenible y en equilibrio, y eso es algo muy destacable en alguien que puede llegar a ser Rey

En el 2015 por cierto hay nueva cita mundial en París. ¿Merece la pena volver a intentarlo tras el fracaso de la cumbre de Copenhague?
Tal y como funcionan este tipo de encuentros de la ONU, todo parece preparado para un nuevo enfrentamiento. Y si vuelve a suceder, vamos a sufrir graves consecuencias. Mirando hacia atrás, creo que el fiasco de Copenhague fue ante todo un fallo de la política americana, y en este caso del presidente Obama, que puso toda la carne en el asador de la reforma sanitaria y sacrificó la gran cuestión ambiental de nuestro tiempo. Lanzar balones fuera y culpar a China e India no va a valer esta vez. La diferencia, ahora, es que estamos sufriendo más directamente las consecuencias del clima extremo: desde el tifón de Filipinas al huracán Sandy, pasando por la sequía en Africa o los temporales que sacuden Europa. Creo que hemos entrado en el período de “consecuencias” por nuestras acciones, y eso es algo que no pueden negar ya los escépticos.

¿Y a pesar de todo usted se considera optimista?
Mi lema es éste: “No podemos permitirnos ser pesimistas”. No podemos quedarnos cruzados de brazos y lamentar las oportunidades perdidas en el pasado. Hay que pasar a la acción de un modo o de otro: es el momento de buscar soluciones.

En la última década, usted se ha convertido en asesor del Príncipe Carlos para temas ambientales, hasta el punto de cooperar con él en el libro y en el documental Armonía. ¿Esas colaboración forma también parte de su estrategia de tender puentes hacia el “establishment”?
La relación surgió de un modo natural. El príncipe Carlos lleva 35 años en estos temas y nadie le marca su agenda ecológica. Todo sale de él, puedo asegurarlo después de haber colaborado con él en Armonía (junto a Ian Skelly). Su visión es la de un mundo sostenible y en equilibrio, y eso es algo muy destacable en alguien que puede llegar a ser Rey.

¿No correrá el riesgo de caer atrapado en el sistema con el peso de la Corona?
Lo dudo. El príncipe Carlos no sólo conoce profundamente lo que está en juego, sino que lo vive, y sólo busca asesoramiento de expertos en cuestiones puntuales. Es cierto que no se puede pensar en alguien más cercano al “establishment”. Pero tiene también la suerte de que su cargo no está expuesto al voto popular, y por eso dice muchas cosas que no se atreven a decir los políticos, desde sus discursos sobre el cambio climático a sus ataques contra los supermercados por arruinar a los agricultores.

Hay quienes consideran que lo hace de una manera interesada, en su faceta de agricultor y latifundista, con sus productos “Duchy Original”…
A los medios les gusta atacar al príncipe Carlos por ese flanco, pero la mayoría de la gente le respeta. De alguna manera, su experiencia como agricultor (y más teniendo en cuenta que los beneficios van a parar a sus fundaciones sin ánimo de lucro) le da si acaso más credibilidad. Sabe perfectamente de lo que está hablando. Su preocupación es sincera, puedo dar testimonio de ello.

El prólogo a su libro es más bien una llamada a la acción colectiva…
Basta con leerlo para entender que no lo escribió como un mero compromiso; creo que es casi un manifiesto. Él mismo clama por un giro copernicano en nuestra relación con la Tierra y asegura que tenemos que apreciar la naturaleza como algo más que una simple “suministradora de recursos”. En todo caso, tenemos que venerarla como la “gran proveedora de servicios económicos vitales”. Sin naturaleza, no hay futuro para la especie humana. Así de simple.

Los servicios “impagables” de la naturaleza


El maná de los océanos. El ciclo del agua. La captación de CO2. La limpieza del aire. La fertilidad de la tierra. El reciclaje de los residuos. La fotosíntensis de las plantas. La polinización de los cultivos… Hasta aquí una lista incompleta de los “servicios naturales” que nos llegan gratis y que aprovechamos los humanos para alimentar eso que llamamos economía.
Ahí van algunos de los números aireados por Tony Juniper, en las 300 páginas que dan sobrada respuesta a la gran pegunta: ¿Qué ha hecho la naturaleza por nosotros?...
Los oceános aportan (gratis) a la economía mundial unos 21 billones de dólares todos los años, en su triple función como suministrador de alimentos, sumidero de CO2 y generador de oxígeno a través del plancton.
Se estima que dos terceras partes de los cultivos dependen de la polinización a cargo de los insectos y las aves. La venta de esos cultivos suponen un billón de dólares al año. Sólo en Estados Unidos, la labor polinizadora de las abejas equivale a 124 millones de dólares año.
El 90% de la producción de alimentos depende de los nutrientes del suelo y de la actividad de los microorganismos que permiten la fertilidad de la Tierra. Una tercera parte del suelo agrícola se ha degradado en el último medio siglo por el uso de pesticidas y fertilizantes químicos.
Al ritmo actual de deforestación, el planeta habrá perdido una capacidad de absorción de CO2 equivalente a 3,7 billones de dólares de aquí al 2030. En la última década se deforestado un extensión similar a la del territorio de Alemania. El coste estimado de la contaminación por nitrógeno en Europa es de 70.000 millones de euros al año.
Los océanos aportan (gratis) a la economía mundial unos 21 billones de dólares todos los años, en su triple función como suministrador de alimentos, sumidero de CO2 y generador de oxígeno a través del plancton.
El coste asociado a la pérdida de la caída vertiginosa de la población de buitres en India por el uso de pesticidas se calcula en 34.000 millones de dólares. Durante los años noventa, los 40 millones de buitres comían 12 millones de toneladas de carne de cadáveres, evitaban la propagación de enfermedades infecciosas y mantenían a raya la población de perros salvajes que se ha disparado desde entonces.