El cambio climático en el diván

El cambio climático en el diván

14 Diciembre 2012
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Destrozos en Nueva York tras el huracán Sandy.

La “no” noticia de las dos últimas semanas ha sido sin duda la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático en Doha. ¿A quién se le ocurre organizar el tinglado en el país con mayores emisiones per cápita de CO2 del planeta? ¿Cómo hablar de la desaparición de la capa del hielo en el Ártico en esta aberrante “burbuja” en mitad del desierto?

A Qatar se va en todo caso a jugar al fútbol o a intercambiar petrodólares… Reunir allí a cientos de burócratas del clima, tenerles dos semanas bajo el aire acondicionado, viviendo como perfectos jeques, es otro regalo más (y van unos cuantos) a los escépticos y a los “negacionistas”.

Tan sólo el vago compromiso de los países ricos de indemnizar a los países menos desarrollados por “daños y pérdidas atribuidos al cambio climático” salvó “in extremis” las negociaciones que no merecieron titular alguno hasta el último aliento, al cabo de dos semanas de tira y afloja.

La verdad es que ya cansa escribir sobre el cambio climático. Y la culpa la tienen tanto los que no hacen nada (¿no quedamos en que Obama se iba a tomar la cosa en serio tras la destrucción causada por el huracán Sandy?) como los que reinciden en las reuniones eternas y cada vez más lejanas, condenadas de antemano al fracaso.

La culpa la tienen también los grandes medios, que se han batido en retirada, convencidos de que el cambio climático “no vende” y crea incluso “fatiga” en la opinión pública, mucho más preocupada por la acuciante situación económica.

Llegados pues a este punto de hastío, resignados al hecho de que lo que de verdad le preocupa a la gente es cómo llegar a fin de mes (y en todo caso qué tiempo hará mañana), ha llegado quizás el momento de sentar en el diván al cambio climático y preguntarnos qué podemos hacer todos por recuperar el interés.

Engaging with Climate Change da título a un curioso libro, publicado en el Reino Unido, que presume de ser el primer acercamiento al tema desde “una perspectiva multidisciplinar y psicoanalítica”, ahí es nada… Los autores de Engancharse al cambio climático (traducción libre) se preguntan entre otras cosas por qué se ha extendido tanto el escepticismo, por qué nos obstinamos en negar nuestra dependencia con la naturaleza y hasta qué punto existe un conflicto latente entre nuestros valores y el estilo de vida al que nos arrastra nuestra cultura.

Sin restar mérito al esfuerzo múltiple y “psicoanalático”, la respuesta me parece así de simple: el cambio climático tiene claramente un “problema de comunicación”. Los millones invertidos por los “lobbies” en campañas de desinformación han echado por tierra la labor de los científicos y los esfuerzos de las instituciones y de las organizaciones no gubernamentales.

Lo que el cambio climático necesita urgentemente es una campaña para crear conciencia pública, con imágenes como las del huracán Sandy a su paso por Estados Unidos y por Haití, para convencernos de que el problema está ahí, golpeando por igual a los países ricos y a los países pobres, y que no podemos cerrar los ojos.

“No puedes ignorar esto”, fue el reciente titular de The Guardian ante las inundaciones que afectaron el sureste del país y que dejaron pueblos enteros convertidos en islas. La autora del artículo, Anne Karpf, se define a sí misma no ya como “escéptica”, sino como “ignorante” del cambio climático. Su actitud, sin embargo, ha cambiado radicalmente ante las sobrecogedoras imágenes de los ríos desbordados. Su ambivalencia ha dejado finalmente paso a una determinación: “Algo hay que hacer”.

Pero la gente no pasará a la acción si nos quedamos en el mensaje apocalíptico a lo Al Gore. Necesitamos en todo caso “aguijones” como los del cientítico de la NASA James Hansen, intentando convencer a los norteamericanos de que el huracán Sandy es “el cambio climático llamando a nuestras puertas de la manera más cruda”. Pero hace falta también gente como Bill McKibben, el fundador de 350.org, capaz de convertir la frustración en acción.

El lema “Save the planet” tiene que morir y dejar paso a otro que reúna al mismo tiempo la urgencia del cambio y la esperanza en un mundo mejor. El miedo paraliza a la gente y la amenaza constante se convierte en angustia. Hace falta sin duda incorporar al mensaje la “visión” de una realidad positiva y distinta a la que podamos contribuir.

Lo que necesita el cambio climático, cuando se levante del diván, es algo así como una cura de “optimismo oscuro”, como propugna Shaun Chamberlain, una de las mentes más lúcidas del movimiento de Transición: “Tenemos que ser descaradamente realistas a la hora de aceptar la situación actual, por abrumadora que nos resulte. Pero tenemos que ser también descaradamente positivos a la hora de imaginar el mundo que podemos crear”.

En eso estamos…