Las flores de la felicidad

Las flores de la felicidad

21 Julio 2015
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Campos de lavandín.

No hay Provenza sin lavanda, ni lavanda sin esa región francesa que, bajo la influencia mediterránea se alza desde la impresionante Garganta del Verdon hasta el piedemonte de los mismísimos Alpes. A los que se rinde cerrando frontera pétrea a través del pintoresco valle de Ubaye. Una barrera montañosa que, sin embargo se nutre de la influencia mediterránea que le llega en apenas 50 kilómetros.

Tal vez sea el aroma fresco y vivo de las diminutas flores de lavanda liberando al aire sus esencias y pintando el paisaje de tonos violetas. Consideradas como el oro azul, es durante el estío cuando invaden el olfato y la visión hasta que la recolección llega a su fin mediando agosto. Porque parece que entre los vecinos provenzales dar lo mejor de sí mismo es un máxima que guía el quehacer cotidiano. Tanto más si se permanece en contacto con la tierra.

Quién no ha respirado hondo ante una de las habituales imágenes de lavanda creciendo en esos campos alineados que hoy se extienden hacia el horizonte. Sin embargo la presencia de esta planta, que es el indudable icono del territorio, se puede rastrear en apenas algo más de un siglo. 

Probablemente sea la sequedad y dureza del paisaje calizo lo que saca lo mejor de cada uno y a la vez hace sucumbir en la búsqueda de espacio propio a través de este territorio, donde todo cambió cuando a los cultivos mediterráneos de cereal, olivo, viña, árboles frutales y sobre todo almendro les surgió un competidor bravo, la lavanda. 

Si bien su uso se remonta a los albores de las civilizaciones griega y romana, en Provenza, la demanda del sector perfumero hizo que su capacidad de cultivo y adaptación al terreno se descubriera a comienzos del siglo pasado. Tanto la planta más fina, la lavanda salvaje que crece en altitud, como la de un híbrido natural, el lavandín una planta más robusta y voluminosa que es una fusión de dos especies silvestres y que medra en terrenos más bajos, ambas se adaptaron perfectamente a las condiciones ambientales y pintaron desde entonces de tonos violáceos la sencillez agrícola provenzal.

El origen del lavandín es un proceso natural iniciado por las abejas que, con su libación, también arrastran el polen que permitió esta hibridación natural. Hoy eje de una producción agrícola de las más llamativas del planeta. 

Colmenas en campos de lavanda.

Las abejas, además de contribuir a la polinización de los cultivos regionales, a su vez fundamentan una importante industria melífera que capta la mitad de la producción, y contribuyen a la conservación de la biodiversidad. Es para su cuidado por lo que las abejas adquieren cada día más valor en el sistema de producción local y se extienden las medidas para evitar el uso de pesticidas químicos.

El apego a la tierra natal hizo que Pascale y Jerôme retomaran sus raíces en al valle de Durance y, en las inmediaciones del lago de L’Escale, donde se detenían para hacer noche los barcos que surcaban el río, recuperasen la azada labriega de sus ancestros para dar crecimiento a una producción agrícola biológica. No obstante en Terres du Vanson es difícil degustarla si no se permanece en la propiedad. Ya que además cuenta con alojamiento ecológico y actividades de yoga, arte y reencuentro personal en la naturaleza. Ya que han conseguido hacer real un sueño personal, fomentar el consumo local y sus tiernas verduras y hortalizas no llegan más allá de los restauradores locales. 

Terres du Vanson.

En torno a lavanda las empresas agrícolas, en su mayoría familiares, apoyadas por la mecanización del proceso de recolección, se han volcado mayoritariamente en su cultivo, destilación y en muchos casos comercialización directa. La destilación de la planta se hace de forma pura en un alambique. Nada más biológico que, ayudado por el vapor de agua, extraer el aceite esencial resultante. Cada flor entrega su tesoro que será la base de productos cosméticos muy apreciados y fundamento de la aromaterapia e incluso de panes, helados y dulces aderezados con el aroma típico provenzal.

El aceite, pero en este caso de oliva, del viejo molino del castillo de Saint Laurent du Verdon  hizo que Edith y Nicolas se contagiasen de la filosofía sencilla del entorno provenzal y de paso conservaron su patrimonio rehabilitando el molino como un hotel con encanto sin que el castillo en sus inmediaciones le robe su belleza de campo. Porque su distinción hostelera se basa en criterios ecológicos de respeto al medioambiente en sus materiales y consumo de recursos. Así como en una mesa donde los productos locales de estación son los mejores placeres de la vida con que agasajar a sus huéspedes.

Le Moulin du Château.

Entre el zumbido de abejas afanándose en las hileras de lavanda y las fiestas en honor a su cosecha que animan los pueblos de la Alta Provenza durante el verano, el aroma de lavanda es una auténtica invitación al viaje.

Tomando la denominación del paraje de excepción, el Parque Natural de la Garganta del Verdon, junto al que se asienta el hotel Gorges du Verdon es evidente que la estrecha vinculación con ese entorno requería de forma natural un establecimiento consagrado a su preservación. Es la mejor de las motivaciones para Hélène y Jean-Michel, sus propietarios que, desde hace 30 años han hecho que los materiales amigos del entorno fueran sustituyendo los originarios del hotel familiar. Hoy no solo el agua caliente llega gracias a paneles solares sino que es el primer establecimiento de la Alta Provenza que ha conseguido la ecoetiqueta europea que reconoce su compromiso por reducir su impacto ambiental en todo su ciclo, además de sensibilizar y educar no solo a los empleados sino a los mismos clientes entre otras medidas amigas de la naturaleza.

Más allá del encanto de la llanura cubierta de campos de lavanda hacia el norte la Alta Provenza se va elevando y entre sus montañas solo tiene cabida la lavanda propiamente la variedad más fina y cuyo aceite esencial es de los más apreciados del mundo.

Hasta llegar al valle de Ubaye donde el paisaje mediterráneo y el alpino se dan la mano. Flanqueado por siete puertos que hacen las delicias de ciclistas y motoristas amantes de las leyendas, como la de recorrer la carretera de montaña más alta de Europa. Es allí donde de nuevo la apuesta por la agricultura biológica hizo que Augustine y Gérard se entregarán frente a ese horizonte montañoso en la Bergerie du Loup hermanando, hace 30 años, el amor a la tierra de la Gérard y sus expertos cultivos en armonía con su ciclo, con la cálida bienvenida que Augustine prepara gracias a su sonrisa y a los productos recién cogidos de la huerta.


Cultivos en La Bergerie du Loup.

Valle abajo, más allá del encanto que refleja su principal localidad Barcelonette, cuyo esplendor arquitectónico de palacetes responde a la notable emigración que registró de sus oriundos a México, en Les Méans una vieja granja en ruina del siglo XV hizo que la vista magnífica de las montañas se convirtiera en hogar de Babette y Frederic. Un alojamiento rural con carácter cuyos muros de un metro de espesor encierran la esencia provenzal y de montaña del lugar, aunando además criterios ecológicos de gestión de los recursos utilizados. 

Al abrir la ventana el paisaje bucólico rural es aderezado por el Parque Nacional Mercantour que abarcando la cabecera del valle es un referente europeo por su compromiso ecoturístico adquirido al asumir los valores de la Carta Europea de Turismo Sostenible

Promueve así una vuelta a las raíces y a su vez un compromiso turístico con el entorno 100% natural. Demuestra el auténtico savoir faire al estilo provenzal, adaptando respetuosamente los usos tradicionales de sus habitantes y los intereses de sus visitantes al mundo contemporáneo.