Mi vecino el oso

Mi vecino el oso

19 Marzo 2014
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Se está corriendo la voz, los osos pardos que habitan en los pliegues montañosos del suroccidente asturiano, donde se nutren los cursos altos de los ríos Narcea e Ibias, están despertando. Ahora que el invierno va aflojando su atenazador abrazo de nieve y frío no hay excusa para quedarse en casa a sabiendas de que el habitante más imponente de este espectacular rincón asturiano tapizado de frondosos bosques caducifolios, como los que antaño debieron cubrir gran parte de la montaña cantábrica, ha salido de su refugio invernal.

Una propuesta tentadora con la que disfrutar de la llamada rural pero para la que hay que disponerse a caminar monte arriba entre robles y hayas y escrudiñar con mirada sagaz y tal vez el apoyo de unos prismáticos. Es hora de adentrarse en el mayor concejo asturiano, el de Cangas de Narcea y recorrer sus carreteras de montaña en busca de sus valles más secretos. Aquellos que conforman la cabecera del Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias.

Al llegar a Degaña, el valle habitado más elevado de Asturias y con un constante horizonte en verde de sus bosques, no hay más que hacer un alto a pie de ruta en el pueblo de Fondos de Vega y al traspasar la puerta del bar Casa Buela, cuando se escuchan los comentarios de los parroquianos, mientras juegan la partida, para saberse en una de las mejores zonas oseras de la cordillera Cantábrica. Imagínese que escucha decir que ayer cuando marchaba a trabajar para la mina se encontró a un oso en la carretera y tuvo que esperar un buen rato hasta que el joven macho decidió abandonar la vía, o aquel otro que se dirigía a su finca de castaños y vio un poco más adelante en la senda a otro ejemplar afanándose entre los arbustos.

Elsa, al frente del bar y como buena matriarca, dirigió la rehabilitación de la anexa casa de la abuela. Convertida hoy en un acogedor alojamiento para los aficionados oseros que ha mantenido tanto su personalidad de vivienda rural como la denominación familiar: Casa Buela. En la conversación no incluye el concepto turismo sostenible sino que comenta de cómo con ayuda de su marido e hijos rehabilitó la vivienda familiar para buscar un futuro familiar ligado a sus montañas. Dándole toda la calidez a sus espacios y la luz de estas montañas se colase con la misma naturalidad como han convivido desde siempre con tan salvaje habitante. Casi menciona la presencia de su vecino el oso con tanta familiaridad como la llegada del panadero.

Aunque el aumento de osos pardos que en las últimas dos décadas ha triplicado su población en la cordillera Cantábrica, lo han convertido no solo en una especie en vías de recuperación, sino en el principal atractivo natural de estas montañas a las que acuden aficionados naturalistas llegados de toda Europa, debido al creciente número de avistamientos confirmados durante los últimos años.

Tampoco mencionan el ecoturismo los actuales descendientes de los cunqueirus o tixileirus sino del orgullo de mantener un oficio vivo que ha dado renombre durante generaciones al valle de Ibias. Aquellos artesanos de la madera que recorrían la geografía del occidente asturiano y a través de las vecinas comarcas leonesas del Bierzo y Laciana avanzaban por medio país ofreciendo sus utensilios tallados en madera a los vecinos de los pueblos recorridos o bien realizando las piezas de uso cotidiano que les demandaban. 

Sin embargo, describen con orgullo un oficio de tradición que complementaba la forma de vida  de los cuatro pueblos –Trabau, El Corralín, Astierna y Il Bau-  de un valle abrupto de poca vega y escaso pastizal de los que vivir todo el año. Empeñado en recuperar el quehacer tixileiru, penetrar en la vivienda del Rincón Cunqueiru no es solo descubrir la funcionalidad y simbología de cada cuenco sino la manera de descubrir una forma de emprender con dinamismo para seguir viviendo en esas montañas donde ahora se despierta el oso pardo. 

De hecho, ya han visto la primera osa con sus dos crías recién salidos de su hibernación cuenta Rosa, la que con su conocimiento y amabilidad guía a través de la sabiduría acumulada durante siglos; mientras Victor, el más joven de la familia, maneja el torno y su ritmo cadencioso resuena a los pies de la sierra de Degaña junto a la que se extienden bosques tan afamados como el de Muniellos.

Y, si de citas boscosas se trata, nada mejor que asomarse a Monasterio de Hermo en cualquier momento del año para sentir que se ha penetrado en tierra de osos. De hecho el gran ventanal del restaurante Quei Funsiquín es un mirador privilegiado desde el que los osos se ven con facilidad para sorpresa de los comensales.

Lo prepararon Pepe y Leonor para dar posada y plato caliente al visitante, pero es el empuje de Azucena, su hija y segunda generación al mando del negocio familiar de hostelería ubicado en Xedré, la que ha reinventado su oferta para aglutinar los reconfortantes guisos con las actividades que destaquen la cultura local. No solo ponen en relevancia sus raíces sino que favorecen el desarrollo rural mediante charlas informativas, talleres y actividades culturales que dinamicen un futuro en clave rural al ritmo de la música de raíz asturiana. A la vez que fomenta revivir encuentros sociales tan arraigados en estas montañas como el filandón, encuentro vecinal al amor del fuego y del aroma de las castañas asadas.

Y ahí a la vista de esas montañas cualquier movimiento en el bosque es un sobresalto ante la posibilidad de hacer realidad el anhelo por ver al oso pardo. Entre tanto, el placer de disfrutar del espectacular panorama de estos bosques en primera persona va colmando los sentidos y hace aún más envidiable el empeño de estas familias por ser vecinos del oso.