El Roure: el bosque sí es una escuela

El Roure: el bosque sí es una escuela

Por Anónimo (no verificado)
03 Febrero 2015
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Escondido en el Alt Penedès hay un viejo roble de seiscientos años, un anciano gigantesco cuyas ramas se encorvan hacia el suelo como queriendo abrazar a quienes se le acercan. A este árbol magnífico, símbolo de fuerza y vigor, antaño se llevaba a los niños enfermos con esperanza de sanarlos. Hoy, siglos después, siguen viniendo a él otros niños, y también adultos, que en su compañía juegan, conversan, contemplan... En el bosque, ese lugar mágico donde se dan cita nuestras luces y nuestras sombras, hemos encontrado una escuela donde el tiempo se detiene y las relaciones humanas se nutren de calma y horizontes abiertos.

La dura subida en bici desde Capellades ha valido el esfuerzo, y nos hemos ido adentrando en bosques cada vez más tupidos que el otoño ha comenzado ya a manchar de ocre. Hasta Sant Joan de Mediona nos ha acompañado Marc, nuestro nuevo amigo casteller y apasionado de las Brompton (estas compañeras plegables sobre las que pedaleamos), quien además de insuflarnos ánimos y energía ha grabado en vídeo el recorrido. Cuando ya a lo lejos se deja ver la masía de la escuela, nos damos cuenta de que quedan unos últimos metros imposibles: la cuesta es tan empinada que tenemos que bajarnos de las bicis y empujar todo nuestro equipo hasta arriba a pie.

Pero las vistas desde lo alto compensan nuestros sudores: montañas cubiertas de verde, viñedos anaranjados, un cielo de nubes rasgadas y retorcidas por el viento. El aire es limpio, cristalino, y  se oye el canto de los pájaros que empiezan a recogerse para la noche. Aparte de eso y del sonido de nuestras pisadas sobre la hojarasca, todo es silencio.

“Acoger la vida”. Así es como Begoña, fundadora de El Roure, describe la finalidad de este proyecto que nos ha acogido también a nosotros incluso antes de nuestra llegada. Y sin duda son muchas las familias –venidas desde muy distintos lugares a este rincón perdido en la montaña– que aquí han encontrado, más que un entorno natural incomparable, una comunidad tejida con cariño, escucha y apoyo.

  
 

Una casa de barro para los duendes del bosque, construida por los niños.

 

Los orígenes de esta escuela se remontan a un proyecto de educación infantil nacido en Barcelona hace dieciocho años, La Casita. En el 2001, gracias a la implicación de familias y de una inesperada mecenas, surge la oportunidad única de desarrollarlo en plena naturaleza, y desde entonces toda la comunidad que forma la escuela trabaja para seguir adecuando los espacios, y ahora con vistas a lograr la homologación por la Generalitat: El Roure no pretende existir al margen de la sociedad sino que quiere formar parte de este lugar donde ha echado raíces.

Raíces, tronco, ramas, flores y frutos, como partes de un sistema vivo, pueden servir también como metáforas, desde un enfoque sistémico, para comprender una historia vital, unos vínculos, en los que la comunicación tiene un papel esencial. En la sala de “els cirerers” (o “los cerezos”, que se correspondería con la etapa de educación infantil) vemos que los niños han elaborado sus propios árboles genealógicos, como parte de un trabajo emocional que les ayude a conectar con sus orígenes y sus identidades, haciéndoles conscientes de los lazos que les unen a su entorno cercano.

El aprendizaje no es un proceso lineal, progresivo, rítmico y rectilíneo; tampoco ha de estar ligado continuamente a la conciencia; se encuentra más próximo al bienestar vital y, consecuentemente, al ambiente, a la calidad de las vivencias y a la comunicación.

En El Roure –que en catalán significa “el roble”– conviven niñas y niños de entre 3 y 12 años, acompañantes, madres y padres que comparten mucho más que espacios. La masía original, ubicada en una finca de casi siete hectáreas, se ha ampliado para dar cabida a varias construcciones que se usan de manera diferenciada: una de ellas, muy amplia, alegre y luminosa, es para los más pequeños. Otro espacio, en un edificio aparte, es el propio de “la ginesta” (“la retama”, correspondiente a primaria). Y este año se estrena el pequeño grupo de 4 estudiantes de secundaria, “l’heure” (“la hiedra”), que está aún trabajando para acondicionar su lugar.

Las actividades que se desarrollan cotidianamente son de dos tipos: autónomas (en las que cada niña o niño tiene libertad para moverse y relacionarse) y estructuradas (que son propuestas por un adulto, y aceptadas o no por el niño). No se trata de cumplir un currículum ni unos contenidos determinados, sino de proveer los espacios, las situaciones y los materiales necesarios para el desarrollo físico, emocional, intelectual y social de cada niño individualmente. Las actividades estructuradas persiguen conectar con el deseo o motivación interior, como base de un aprendizaje real:

 

El organismo humano, como cualquier organismo vivo, dispone de una gran capacidad involuntaria que es esencial para la vida: dirigirse a satisfacer sus necesidades fundamentales. Es una capacidad de autorregulación entre la necesidad interna y el entorno, de manera que sea posible decidir aquello más adecuado para mantener, en toda su amplitud, la vitalidad que le caracteriza y hacer crecer el potencial que lleva dentro.

Afuera en el jardín, sentadas alrededor de una mesa, algunas madres conversan animadamente. Esa misma tarde filmaremos un taller en el que participarán madres y padres de la escuela, en el marco de esa visión sistémica de la educación y la comunicación. Aquí el trabajo con los niños y niñas no se concibe sin trabajar al mismo tiempo con las familias, como un todo que ha de fluir, nutrirse y crecer conjuntamente.

Alrededor de la vieja masía, la savia inunda el paisaje: árboles frutales, viñedos, robledales, hiedra, pinares… Jara ha hecho buenas migas con uno de los más chiquitines que ha empezado este curso en la escuela, y juntos se escapan a explorar la huerta. A cada instante descubren un insecto que salta, una planta que se les engancha en la ropa, o un pájaro que canta desde la copa de un árbol. Tienen apenas tres años, pero se diría que la tierra, hasta donde les alcancen los ojos y las piernas, les pertenece.

Al mediodía, las tres chicas y el chico que integran “l´heure”, junto con una de las acompañantes, están inmersos en un taller de cocina: como receta otoñal, preparan buñuelos y crêpes de boniato. Mientras preparan la masa, cantan, bromean, charlan, se abrazan… Cuando terminan, nos ofrecen probarlos: ¡Están riquísimos! (os dejo la receta al final del post). Un rato antes de la hora del almuerzo, nos reunimos con todos los grupos en el jardín para hablarles de nuestro viaje, de las escuelas que hemos conocido. Nos escuchan con muchísima atención, nos hacen preguntas, se ríen y quieren saber más de otras escuelas como ésta. ¡Están sorprendidos de que haya tantas! Antes de acabar la charla les pedimos que inventen una frase para nuestra pancarta móvil, y enseguida tenemos lema: “EL BOSQUE SÍ ES UNA ESCUELA”. Como queda poco para marcharnos, nos ponemos manos a la obra para escribirla y montarla en el remolque. A nuestro alrededor los niños corean la frase entre risas de entusiasmo.

Estamos listos para partir. Jara se acerca a abrazar a su compañero de aventuras, que la mira cabizbajo y se resiste a decir adiós. El camino ahora es cuesta abajo, pero es la despedida la que será dura. Subidos en las bicis volvemos a atravesar los robledales y pinares que nos vieron llegar. Una conductora que nos adelanta en coche toca el claxon y levanta el pulgar animándonos. Hoy, camino de Igualada, sabemos más que nunca que no estamos solos; viene con nosotros la risa de las niñas y niños de El Roure, su ilusión… y su voz, plasmada a rotulador en una pancarta que parece querer volar.  

Receta de crêpes de boniato "L'heure"

Ingredientes:

-375g de boniato
-1 vaso y medio de harina
-3 cucharaditas y media de levadura
-1 cucharadita de sal
-1/2 cucharadita de nuez moscada
-2 huevos batidos
-1 vaso y medio de leche (puede ser de avena, almendras o similar)
-80g de mantequilla fundida

1.- Hervir o asar el boniato hasta que esté blando sin que se deshaga, unos 15 minutos. Cuando se enfríe, pelarlo, cortarlo y chafarlo con un tenedor.
2.- En un cuenco mediano poner la harina, la levadura, la sal y la nuez moscada. Añadir los boniatos, los huevos, la leche y la mantequilla. A continuación mezclar todo para que forme una masa.
3.- Poner una sartén a fuego medio, verter una cucharada de masa y calentar hasta que se dore.

¡Que aproveche!

Diana de Horna - El Roure: el bosque sí es una escuela