La pastora de “La LLuna Vermella”

La pastora de “La LLuna Vermella”

01 Octubre 2014
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Empezó tímido y solo se atrevió a decirle ‘me gusta’, esperando así llamar su atención. Quería mostrar una actitud de cierta indiferencia pero ya hacía más de tres años que buscaba por todas las redes sociales a su primera novia. Aunque a la vista de los resultados, aquella muchacha que siempre llevaba la contraria, pensó, también era reacia a estas tecnologías modernas.

Moderna. Esa palabra se le quedó encallada en el paladar. Había discutido mucho con Anna sobre los valores de la modernidad, decía él, y las imposturas de la modernidad, replicaba ella, y la crisis que entonces no podían imaginar hacía estallar en mil pedazos todos sus argumentos. Los recordaba y los sentía viejos y caducos como las ruinas del Partenón de aquel precioso viaje de mochileros.

Lluís – empezaba con letras redondas, como las de caligrafía del parvulario, escritas a pluma sobre un papel mate generando un paisaje cálido bien diferente al negro inyectado de las impresoras sobre folios satinados – hoy hizo un día tan precioso de otoño que han despertado nuestros bulbos de azafrán, asoman felices sus cuellos y en un mes recogeremos sus pistilos, ¡qué frágiles son! Recuerdo el año pasado, cómo nos ayudaba Neus, con su anorak azul parecía un pitufo. Las habas que plantamos hace varias semanas ya tienen un palmo, les queda mucho por vivir. A ver cómo les irá a los guisantes y ajos que hemos plantado hoy, en luna menguante, como recomiendan los mayores. Ya guardé las ovejas y así, contenta como el día, me agrada retomarte.

Se detuvo en ese punto y aparte. Lo último que supo de Anna hasta que descubrió que sí tenía una página facebook, pero no con su nombre sino el de una finca agroganadera, y la vio en fotos abrazada a sus ovejas, detrás de puestos de venta en mercados semanales y también ofreciendo alguna clase o conferencia a gente muy joven, fue que acabó la carrera de Veterinaria, a pesar de que él siempre le dijo que hiciera Bellas Artes, que dibujaba muy bien. Eso es lo que sigue haciendo, caviló, solo que ahora me dibuja su vida con palabras.

Vente un fin de semana, venga, que ya todo se curó, y me cuentas de ti. No me vas a escribir nada personal, nunca lo hiciste y no me valen los mails ni los whatsapps ejecutivos que seguro mandas uno detrás de otro. ¿Sabes? No te lo creerás pero sé que en algún cajón de esta vieja masía que nos acoge guardo un tapiz que compré en un mercado de Haití. Era para ti, es para ti. Cuando vi a esas mujeres apretadas en el lienzo entre frutos y cestos, recordé tus garabatos que regalabas en Navidad a tus amigos. Estuve dos años, justo después del terremoto, en proyectos de recuperación de semillas nativas, una iniciativa donde colaboraban las gentes del Movimiento Sin Tierra del Brasil. Desde sus fincas okupadas –en esa k rebelde apreció que el trazo se hizo más rotundo, más grueso, como para que destacara– donde yo era parte de un equipo para producir leche para sus escuelas, viajamos en misión de solidaridad. Cambié de lengua y de colores, del verde frondoso al gris resquebrajado de Puerto Príncipe. 

¿Ir a su casa? No esperaba una respuesta tan directa cuando finalmente se decidió a mandarle un mail a la dirección del Mas La Lluna Vermella, ni desde luego esperaba que ella sí hubiera localizado su dirección postal para contestar con aquella carta que le parecía olía a un guiso… sí, huele a un guiso con lentejas y chorizo. Y se imaginó a Anna con una falda larga arrastrada por el suelo, escribiendo en una mesa de madera central, en una de esas cocinas grandes propias de las masías catalanas, con un 'foc a terra’, que él conoce de algún fin de semana ‘con encanto rural’. En mesas como esa las conversaciones con las otras parejas siempre eran las mismas. Hoy día el medio rural ofrece una gran calidad de vida, sentenciaba alguno de ellos con aplomo y otros replicaban, sí, claro, siempre y cuando tengas coche, internet y un buen trabajo del que poder vivir. Una combinación trágico cómica, ciertamente, donde los anhelos se cruzaban con los miedos en fuerte colisión y donde los viejas cantarelas que critican la cultura y la vida de los pueblos bailaban un tango desgarrado con las voces que cuentan que en su mundo urbano todo es estresante y frío.

Fueron años vividos, Lluís, vividos en plenitud, tan potente como la muerte tan cercana. Transformadores. Esa mujer idealista que conociste no cambió, como dicen los tópicos, sino que se ensanchó y se completó.

Pero, mírame ya estoy contándote mi vida sin ni preguntarte por ti, ¿cómo están tus padres? Eran jóvenes, seguro que aún te mecen, ¿verdad?, recuerdo que me decías que aunque se hicieran frágiles, sentirlos te ofrecía seguridad, como el bebé en la cuna. La crisis, ¿te afecta? Aquí las cosas también son muy complicadas, luchamos por sacar adelante nuestro proyecto pero es una lucha en positivo, no para resistir sino para cambiar. Con cómplices de la mano, vecinos y vecinas que nos compran nuestros productos; porque pensamos o sabemos a ciencia cierta, como dice Marcel.lí, el que nos llena el depósito de diesel, que esto no es algo pasajero, que esto va en serio y es definitivo. Si cambiamos nuestro alrededor y otros cambias sus alrededores, cambiaremos todo.

-Ya se ha embarullado –sonríe– ese remanso de paz que me traza delicadamente como un pintor realista su día a día, explota ahora en miles de gotas como una ola al morir en el espigón, convirtiéndose en un pintora puntillista, abstracta y desordenada pero tremendamente auténtica. Su vigor político de siempre.

Se levanta del sofá a por un vaso de vino, porque de reojo ha visto que a la carta le quedan solo dos párrafos y algo como unas citas donde acaba el papel, y los quiere degustar, como un buen postre rematando el delicioso menú. Pasa frente a la tele que ahora piensa, ¿por qué está encendida? y un titular de las noticias le estremece, 300 inmigrantes mueren frente a la isla de Lampedusa ante la pasividad italiana y de toda Europa, y respira hondo, –los trámites les asesinaron. El vino será en otro momento.

Hola de nuevo Lluís, te dejé aquí un rato mientras acostaba a Neus, es una niña hermosa de negros cabellos, más negros que los tizones de su padre, que me enamoraron. Cuando la saco de la bañera, el agua está negra también, y le digo maliciosamente, -se me destiñe la niña y ella se preocupa poniéndose las dos palmas de las manos sobre sus ricitos y arruga los labios como un cerdito, pero no, es que se pasa el día correteando por el patio y el establo. Ahora dice que quiere tener patitos, que los ha visto en un cuento siguiendo a su mamá y que ella quiere ser la mamá. Y se pone a andar mirando hacia atrás como si ya tuviera a su camada en fila india.

Que no, que no te cuento nada más, que te vengas, aquí siempre estamos, es difícil a quien dejar las ovejas, ojala más gente se viniera por aquí –la mitad de las fincas están abandonadas–y así pudiéramos colaborar y apoyarnos en cosas como esas. Con la crisis, observamos que mientras muchas personas jóvenes miran hacia aquí, hacia lo campesino, las administraciones y los políticos siguen mirando embobados hacia atrás, hacia modelos de vida sin futuro basados en el crecimiento perpetuo y la explotación sin límites. Ay, por aquí ya estamos movilizados contra esas estacas sangrantes que quieren clavarle a nuestra tierra y que le llaman fracking.

Si se apoyara a esa gente joven descubríamos que la vuelta al campo es posible, y te lo cuento, porque para nosotros ha sido muy duro, pero ya estamos, Lluís, como cuando bailábamos girando en redondo a Amparanoia, ¿recuerdas?

Claro que lo recuerda, y al leer la estrofa que Anna le obsequia como punto final, tan detallista que lo hizo con lápiz de color violeta, su color feminista, su garganta tararea las notas de acompañamiento.

Comenzar es difícil
pero vamos dando los pasos
por un futuro
que los hijos puedan celebrar
somos el viento
que baila y que canta
si estamos juntos somos huracán

Te retomo,

Anna.

*   *   *

Pasa el letrero que indica que hay que girar a la izquierda y solo le queda un tramo sin asfaltar, pero recto y sin complicaciones, y como le dijo Anna, hace sonar la bocina. De la puerta sale una niña corriendo y detrás Anna y su compañero.

La pequeña, curiosa, le mira de abajo arriba cuando él sale del coche. No sabe bien qué hacer, y así sin pensar le pregunta a la niña: "¿Y cómo que esta casa se llama La Lluna Vermella?".

Y el dedo regordete apuntando al cielo le hace girar la mirada.

Ilustraciones de Sara Plaza. Gustavo Duch. Per la Escola de Pastors. Santa Coloma de Queralt, octubre 2013.

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